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domingo, 15 de noviembre de 2020

DIAVOLO

Aquel hombre llegó a la misma hora de siempre. Se quedó a las puertas y, sin entrar, miró el cartel que anunciaba el nombre del local. “DIAVOLO” rezaba el cartel escrito en letras blancas y elegantes sobre un fondo negro. Tras unos segundos cruzó el umbral y enseñó su tarjeta de membresía al guarda de seguridad de la entrada. Tras verificarla, el guarda le abrió la puerta y le invitó a pasar al interior con un ademán de la mano y una frase de cortesía para que pasara una buena velada.

 

El hombre asintió casi imperceptiblemente con la cabeza y entró. Lo primero que sintió fue el aroma dulce y afrutado que dominaba el interior, la luz tenue con leves tonos rojizos de bombillas colocadas por aquí y por allá que le daban al sitio un ambiente peculiar. A pesar de que venía regularmente el aura de aquel lugar todavía le fascinaba como el primer día.

 

El DIAVOLO era un lugar en el que la gente rica y poderosa iba a desinhibirse. Un bar en el que nadie conocía a nadie, en el que todos usaban apodos y en el que podían dar rienda suelta a sus más bajos instintos y sucumbir a los placeres más exquisitos sin que nadie les juzgara ni les molestara. Compuesto de una sala común y varias habitaciones y salas privadas además de una barra surtida con todo tipo de licores.

 

De fondo sonaba la canción Sinnerman de Nina Simone lo que le hizo esbozar una breve sonrisa. Se quitó el sombrero y el abrigo y tras dejarlo en el guardarropa avanzó hasta la barra donde se sentó en uno de los elegantes taburetes transparentes del local. Desde donde estaba sentado se podía ver claramente la sala común. Ocupaba casi toda la planta baja del local. Llena de sofás de tonos grises a juego con el conjunto de la gama de colores de paredes y suelos. En el centro, una pista de baile llena de gente y al fondo varios pedestales en las que las bailarinas daban rienda suelta a todos sus encantos. En los laterales, habían construido unos pequeños muros en forma de semicírculos creando una especie de lugares más privados adornados con mesas bajas y varios sofás.

 

Unas largas escaleras metálicas de caracol salían de las esquinas de la planta baja y se elevaban hasta la segunda planta. Si las recorrías, te llevaban a las habitaciones privadas las cuales se usaban para diversiones concretas.

 

Cuando el camarero le vio absorto y recorriendo la sala con la mirada se acercó a él y carraspeo brevemente para sacarlo de su ensimismamiento.

 

        Buenas noches señor Nero. ¿Le pongo lo de siempre?

        Si, por favor.

 

Nero. Había elegido aquel apodo ya que siempre usaba trajes en los que tanto el pantalón, chaleco y camisa eran completamente negros. Y le parecía de lo más apropiado, casi como una broma privada consigo mismo.

 

A los pocos segundos el camarero colocó ante él un vaso ancho en el que puso un hielo esférico y vertió sobre él el mejor whisky que tenían.

 

        ¿Ya a decidido que va a hacer hoy señor? - le preguntó el camarero ya que era un cliente habitual.

        Creo que hoy voy me voy a pasar por la sala común.

        Entonces espero que encuentre algo que sea de su agrado, señor.

        Seguro que si – le contestó con una sonrisa y, cogiendo su vaso bajó los dos escalones que le separaban de la gran sala diáfana que tenía ante sus ojos.

 

El baile no era una de sus virtudes así que escogió una de las mesas más privadas en una esquina de la sala pero desde la que podía ver perfectamente la pista de baile por encima del respaldo del sofá que tenía enfrente.

 

Se sentó con las piernas ligeramente separadas, apoyó la espalda contra el respaldo del sofá y la mano en la que sostenía el vaso la recostó contra el reposa brazos mientras que la otra la posó sobre su rodilla.

 

La pista de baile estaba llena de gente, la mayoría jóvenes niños ricos elegantemente vestidos que usaban aquel lugar como si fuera una discoteca en la que desfasarse y en la que no tener que preocuparse por si alguien les veía hacer algo considerado indebido o moralmente inaceptado por el estricto y conservador entorno en el que se desenvolvían habitualmente.

 

A Nero le gustaba ver a aquellos jóvenes llenos de alcohol y droga desinhibirse y dar rienda suelta al placer mientras bailaban y rozaban sus cuerpos al ritmo de la música.

 

De repente una pareja de chicas se acercó hasta donde él estaba y tambaleándose ligeramente se sentaron en el sofá que tenía delante.

 

        ¿Te importa que nos sentemos aquí? Todos los demás lugares están ocupados.

 

Nero negó con la cabeza dando a entender que no le importaba y dio un sorbo a su vaso.

 

Las chicas se le quedaron mirando intrigadas. Sabía lo que les estaba pasando por la cabeza. Veían a un hombre joven y atractivo vestido completamente con su traje negro y llevando una media melena ondulada que le llegaba hasta el hombro de color cobre oscuro y profundos ojos verdes bebiendo solo y mirando una pista de baile llena de jóvenes desinhibidos pero sin aparente interés por unirírseles. Sabía que solía despertar curiosidad sobre los que le observaban por el aura misteriosa que proyectaba. Pero él también podía ver el fuego en sus ojos, sabía a qué habían venido allí con él y lo que buscaban. Tenían ganas de jugar, pero él no era un juego fácil de ganar.

 

Comenzaron un poco de charla insustancial la cual Nero aprovechó para observarlas bajo una mirada teñida de indiferencia.

 

Una de ellas, la que había preguntado si podían sentarse con él llevaba el pelo largo suelto, un lado sujeto detrás de la oreja mostrando un pequeño pendiente de aro de oro blanco. Lo tenía de un bonito color castaño tan oscuro que con la luz tenue de los focos parecía negro. Le caía completamente liso a ambos lados de los pechos. Llevaba un ceñido vestido negro con pequeños brillos plateados con una raja en la falda por la cual podía verse una blonda negra perfectamente sujeta a su pierna derecha. Además la parte de arriba del vestido simulaba ser un corsé y, a pesar de no llevar varillas le apretaba tanto los pechos que los dejaba tan a la vista que casi podría considerarse vulgar. Llevaba los labios pintados en un tono rojo sangre y los ojos delineados en negro lo que le daban una gran profundidad a sus ojos castaños.

 

La otra, por el contrario, tenía el pelo rojizo, largo hasta la cadera, liso y con un flequillo que le tapaba la frente y te hacia mirar seguidamente a sus preciosos ojos azules. Los haces rojizos hacían resaltar el color de su pelo de forma cautivadora. Era más delgada y tenía un poco menos de pecho que su compañera pero el vestido dorado que llevaba le contorneaba perfectamente la figura y los pechos, haciéndola tremendamente atractiva. Llevaba un maquillaje más suave en tonos marrones y rojizos y los labios en un precioso tono terracota oscuro. La minifalda del vestido dejaba ver unas medias transparentes con una fina línea negra en la parte trasera de la pierna.

 

Era la primera vez que venían al DIAVOLO. Dos niñas de papá demasiado reprimidas en su día a día y que estaban ávidas de probar nuevas experiencias. Impulsadas por el alcohol empezaron a coquetear juntas intentando despertar alguna reacción en su compañero. Poco a poco fueron acercándose la una a la otra y, finalmente, entre risas se besaron en la boca.

 

Paulatinamente los besos fueron subiendo de intensidad hasta que terminaron la una con la lengua en la boca de la otra, compartiendo saliva y con el sabor de sus pintalabios en la boca.

 

Cuando se separaron, entre risas tontas, con las respiraciones un poco aceleradas y las mejillas sonrosadas, se volvieron a mirar a Nero pero él daba las sensación de que su mirada estaba en otro lado. Parecía concentrado en la pista de baile, como si ellas no le importaran lo más mínimo. Molestas, se miraron la una a la otra y asintieron como si se hubieran leído el pensamiento.

 

La chica de cabello moreno acercó sus labios rojos hasta el cuello de su amiga y empezó a besarle la piel blanca lentamente mientras que con una de sus manos le sujetaba por la cintura. La otra, colocó sus manos libres sobre los pechos de la morena y los acaricio por encima de la ropa. Ella respondió acercándose más a ella para que la presión en sus pechos fuera mayor.

 

Nero, fingiendo ser indiferente, había desviado su mirada hacia el vaso de cristal que sostenía en la mano en el cual podía ver el reflejo de las dos chicas besándose y metiéndose mano. Sabía que querían calentarle y, a pesar de que estaban empezando a conseguirlo, no quería dejárselo tan fácil. Observaba cómo de vez en cuando, entre beso y beso, le miraban de reojo para ver si surtía efecto su provocación. Le resultaba delicioso ver a dos mujeres darse placer para intentar complacerle.

 

Ellas, al pensar que no les estaban haciendo caso subieron de intensidad sus caricias. Ahora la morena había colado su mano entre las piernas de su amiga y le acariciaba por encima de las medias con suficiente presión como para que la pelirroja empezara a jadear sutilmente entre los labios de su compañera.

 

Nero estaba empezando a notar como su miembro comenzaba crecer y a apretar contra sus pantalones pero estaba demasiado curtido en ese tipo de provocaciones como para que se le notara. A pesar de ello podía ver como las dos chicas se calentaban cada vez más y más. Las miradas cada vez eran más continuadas y las caricias más ardientes.

 

En una de sus evasivas miradas, Nero vio a un camarero cerca y alzó al brazo para llamarle. Las chicas no lograron saber lo que le había dicho al camarero debido que no lo hizo con la voz suficientemente alta como para que salvara la distancia que les separaba. Al poco el camarero volvió con una bandeja y dos vasos de chupito alto con un líquido verde al que, tras dejarlo en el medio de la mesa encendió con un mechero.

 

El color de la absenta relucía por las llamas en la penumbra del local.

 

La morena se separó de los labios de su amiga por un instante y se giró para alcanzar uno de los vasos. Cuando estaba a punto de llegar a él, Nero lo tomó primero y lo acercó hacía él dejándolo fuera del alcance de la chica y sin llegar a soltarlo. Ella, con una una media sonrisa y mirándole a los ojos posó sus manos en el borde de la mesa acercando sus labios al vaso a la vez que mostraba sus generosos pechos a punto de salirse del escote. Tras soplar la llama que aún ardía por el alcohol del chupito, abrió la boca y después de sostener la mirada a Nero unos segundos, baja su cabeza y atrapó entre sus labios el vaso y sólo con el movimiento de su cabeza se bebió de un trago el chupito.

 

Nero, con toda su atención ya puesta en las chicas se mordió el labio inferior con la vista del escote de la chica y su forma de beberse el chupito. Luego cogió  el otro vaso y lo alzó hacia la otra chica, ofreciéndoselo silenciosamente. Ella se levantó del asiento y se acercó hacia la mano alzada de Nero. Posó sus manos en las de él, extinguió la llama y sacó su lengua húmeda para lamer el cristal y llevarse las gotas de condensación que perlaban el vaso. Desde la base hasta el extremo donde, sin apartar la mirada de los ojos verdes de Nero, movió sus manos para que el líquido verde cayera ardiendo por su garganta. Una vez terminado el chupito, se relamió los labios de color terracota y se llevó una mano a jugar con uno de sus mechones pelirrojos.

 

Nero, sin hablar, y sentado en la mitad del sofá, extendió los brazos a cada lado de su torso y dio unos pequeños golpecitos en los asientos.

 

Ellas, excitadas y calientes por el chupito de absenta se sentaron a su lado. La morena a su derecha, la pelirroja a su izquierda. Nero se volvió hacia la pelirroja y la besó. Podía notar el sabor de la absenta en su lengua y el leve toque afrutado que desprendía el carmín que llevaba. La morena mientras tanto, apretó sus pechos contra él y le colocó la mano en la rodilla, para acariciarle el muslo. Entonces él, al notar la presión en su pierna, puso su mano sobre la de ella y le llevó la mano hasta el incipiente bulto de su entrepierna, donde cerró su mano para que le apretara. Ella gimió y él dejo de besar a la otra chica para besarla a ella y que gimiera contra su boca mientras su lengua invadía su boca.

 

Nero, cuando estuvo completamente duro, hundió sus dedos en el pelo de las chicas y las agarró a la altura de la nuca.

 

        Abrid la boca, sacad la lengua y manteneros así. - les ordenó con su voz grave y firme.

 

Ellas sin decir nada, obedecieron y permanecieron así hasta que él, dirigiéndolas con la fuerza de su agarre, hizo que juntaran sus lenguas. Ellas comenzaron a besarse apasionadamente mientras se apoyaban en sus piernas. Entonces él las soltó para poder desabrocharse el cinturón. Al oír como la hebilla del cinturón tintineaba y se bajaba la cremallera ellas se agitaron inquietas. Nero volvió a agarrarlas por el pelo y las separó, las hizo bajar la cabeza hasta la altura de su miembro que sobresalía erecto entre sus pantalones. La morena, totalmente excitada por la visión, intentó acercarse hacia el miembro de Nero pero él la agarró más fuerte del pelo y no le permitió acercarse.

 

        Creo haberos dicho que abrierais la boca.

 

Ellas obedecieron otra vez y mantuvieron la lengua fuera de su boca hasta que varias gotas de su saliva gotearon sobre la punta del miembro de Nero. Entonces él liberó la presión de su mano izquierda dejando libre los movimientos de la chica pelirroja. Entonces ella, empezó a lamerle el miembro bajo la atenta mirada de su amiga que no podía moverse ni un milímetro. Ella siguió lamiendo hasta que cubrió todo su miembro con saliva. En ese momento, Nero dejó libre a la morena que se lanzó ávidamente a lamer también su miembro. Él no dejaba de mirar a las dos chicas lamer al unísono su miembro de arriba abajo. Sus lenguas húmedas recorriéndole y juntándose en la punta, donde se entrelazan la una con la otra y acaban besándose son su glande entre los labios. Luego ambas se turnaban para tragarse su miembro. Él podía notar como sus gargantas le atrapaban y le apretaban cada vez que las arcadas hacían acto de presencia.

 

Nero extendió su mano y agarró a la morena por la barbilla haciendo que se incorporara, y con un rápido movimiento le sujetó el escote y tiró hacia abajo dejando sus pechos al aire. Tenía los pezones erectos y rosados apuntando hacia su amiga. Él la agarró por uno de los pezones y lo estrujó haciendo un medio giro con su mano. La morena gimió fuerte y apretó sus piernas debido al escalofrió que la recorrió desde su pecho hasta su entrepierna. Con la mano que le quedaba libre, Nero volvió a agarrar a la pelirroja e hizo que acercara su cara a los pechos de su amiga. Ella se aferró a ellos y los lamió con avidez y mordió sus pezones hasta que la morena tubo que agarrarla de la cabeza para no caerse al tambalearse.

Nero observaba la deliciosa escena regodeándose con las dos chicas lamiéndose y gimiendo. Después hizo ponerse de rodillas a la morena entre sus piernas y colocó sus pechos uno a cada lado de su miembro, entonces la pelirroja los apretó con sus manos y las movió masturbando así a Nero cada vez con más rapidez. De vez en cuando él le apretaba los pezones mientras la pelirroja no dejaba de mover las manos arriba y abajo y la morena le lamía el glande dejando correr hilos de saliva por su miembro y sus pechos. Las chicas, tremendamente excitadas, se comían la boca entre gemidos y miraban con fuego en los ojos a Nero, deseándole.

 

Él, igual de excitado que ellas, las obligó a levantarse y darle la espalda. Les dijo que apoyaran las manos en la mesa pero que no flexionaran las piernas de tal manera que se quedaran con el culo en alto. Les separó las piernas con las manos y les subió las faldas hasta la cintura. Se le escapó una sonrisa cuando vio que ninguna de las dos llevaba ropa interior. La morena tenía el sexo completamente expuesto ya que las medias le llegaban solo hasta la parte superior del muslo terminadas en una preciosa blonda negra. En cambio la pelirroja llevaba pantys por lo que con un rápido movimiento de manos y un poco de fuerza los rompió dejando su sexo al descubierto. La chica gritó ante la brusquedad pero no se movió ni un milímetro. Entonces él, sin levantarse del sofá, estiró sus brazos y acarició el sexo de ambas a la vez. Las penetró con tres dedos directamente pues sabía que estaban lo suficientemente calientes como para soportarlo sin problemas. Sus sexos se abrieron sin resistencia alguna ante sus dedos que las penetraron profundamente. Él movía las manos con rapidez haciendo que ellas se mojaran tanto como para que su humedad goteara entre sus piernas. Ambas gemían como locas cuando Nero les penetró con un dedo más. Les temblaban las piernas y les costaba mantenerse en aquella posición pues les empezaban a fallar las piernas.

 

Cuando él vio que estaban a punto de colapsar, retiró sus manos y agarró a la pelirroja por la cintura, la atrajo hacia él y la hizo subirse al sofá de espaldas a él, arrodillada sobre el asiento con una pierna a cada lado de sus caderas. Sin soltarla de la cintura la hizo bajar poco a poco hasta que el extremo de su miembro rozó con el de ella, deteniéndose ahí unos segundos antes de hacerla bajar del todo y penetrarla de una vez para entrar en ella hasta la base de su sexo.

 

La otra chica se había girado y, sentándose en la mesa con las piernas abiertas se masturbaba observando como su amiga botaba y gemía encima de Nero, cómo su miembro se mojaba con la humedad de su interior y sus dedos se clavaban en su cintura. La pelirroja, al estar sujeta firmemente por la cintura, se inclinó hacia delante para alcanzar las piernas de su amiga, sostenerse en ellas y alcanzar su sexo, introducir su lengua en el y lamerla ávidamente hasta hacerla correrse en su boca. La chica pelirroja tembló sobre el miembro de Nero y derramó su orgasmo sobre él mientras todo su cuerpo se estremecía.

 

Él la incorporó y la ayudó a bajarse y a sentarse a su lado. Entonces se levantó y tomó la mano de la morena para guiarla hacia el sofá, colocarla de espaldas a él y después de apartarle el pelo y morderle la nuca haciéndola gritar, la hizo subirse al sofá de rodillas encima de su amiga, con las piernas a cada lado de la cintura de la pelirroja y apoyarse en el respaldo. Entonces la agarró por las caderas y la penetro con fuerza. La morena gemía tan fuerte que la excitación de Nero estaba en su límite.

 

Ellas se besaban entre gemidos. Mientras la morena era penetrada salvajemente la pelirroja se masturbaba con fiereza buscando otro orgasmo.

 

Nero, sintiendo como su clímax estaba a punto de llegar salió del sexo de la chica y ésta se sentó del mismo modo que su amiga, la una junto a la otra. Ambas con las piernas separadas y penetrándose con sus dedos con toda la rapidez que podían. Él se masturbaba viéndolas y ellas no dejaban de clavarle la mirada con la cara más erótica que eran capaz de hacer.

 

Nero, con un gemido grave y profundo derramó su orgasmo sobre ellas, que lo recibieron con la boca abierta mientras a su vez ellas derramaban el suyo sobre el sofá. Después ambas se miraron y se besaron lamiéndose la una a la otra el semen que manchaba sus mejillas y sus labios hasta no dejar una sola gota sobre su piel.

 

Una vez satisfechas, ambas se recompusieron ayudándose la una a la otra, le lanzaron un beso con la mano a Nero y se marcharon hacia la pista de baile. Él, por su parte, llamó al camarero, pidió otro whisky y lo disfruto con la tranquilidad que le había dado el orgasmo. Cuando lo terminó, se dirigió al guardarropa y tras recoger su abrigo y su sombrero cruzó la puerta hacia el frío de la noche hasta el próximo día en el que volviera a disfrutar de los placeres que el DIAVOLO ofrecía.




jueves, 2 de enero de 2020

El portal.


Aquella noche las estrellas brillaban con una intensidad que pocas veces suele verse en la ciudad. Por una vez en muchos días, ni una sola nube cubría el azul oscuro del cielo. El ambiente era frío pero todavía se podía estar fuera sin ningún problema.

Ellos paseaban tranquilamente por las calles, sin rumbo, dejando que los minutos del reloj pasaran esperando que lo hicieran lo más lentamente posible. Hacía mucho tiempo que no estaban juntos ya que las ocasiones para verse siempre eran muy escasas y querían exprimir ese tiempo todo lo que pudieran.

Pero el aire aquella noche era muy fuerte y tuvieron que buscar refugio en un portal cercano. Se acomodaron allí y charlaron durante mucho tiempo. Sentados en el suelo, sus cuerpos casi se tocaban. Ambos podían notar el calor que desprendía el otro. Entre conversación y conversación la temperatura de sus cuerpos aumentaba poco a poco a pesar del frío de la noche.

En un momento dado una pequeña ráfaga de aire se coló dentro del portal. Ella se estremeció y del roce del sujetador al moverse sus pezones se pusieron duros. Cuando lo notó, se hecho a reír y mordiéndose el labio inferior durante apenas un segundo giró su cabeza para poder mirarle a los ojos.

- Vaya – dijo con la voz más coqueta que fue capaz de conseguir – se me a puesto un pezón duro. - Mientras decía eso con una de sus manos se bajaba un poco el escote de su camiseta como si fuera a colar uno de sus dedos por debajo de la tela. - Te diría que lo tocaras para que veas que no te miento pero ¿no quieres no?

Ante la provocación, él estiró una de sus manos y le tocó el pecho, buscó el pezón que sobresalía sobre la ropa y lo apretó con fuerza entre sus dedos. Ella gimió y tembló. Sus mejillas ardían al mirarle y ver esa maldita media sonrisa en sus labios que ponía siempre que quería ponerla cachonda.

Cuando se quedó satisfecho de oírla gemir, la soltó y le introdujo dos de sus dedos en la boca, tan adentro que casi la ahogaba. La dejaba sin aire y ella la miraba abrumada por la sorpresa de sus movimientos. La sensación de ahogo hacía que su sexo se humedeciera cada vez más rápido.

Él quería que notara como podía poseerla con ese simple gesto y al verla con los ojos llorosos su miembro empezó a apretar contra su pantalón. Cuando por fin liberó su boca ella se inclinó hacia delante y colocó su boca a unos centímetros del cuello de su amante. Entreabrió sus labios y dejo salir su lengua la cual colocó sobre el cuello, lamiéndolo desde donde empezaba el cuello de su camisa hasta el lóbulo de su oreja que luego terminó mordiendo.

Continuó besando y lamiendo su cuello. Los mordiscos empezaban a dejar marca en su piel. Él gemía cuando notaba la presión de los dientes en su carne. Ella le desabrochó un par de botones de la camisa, volvió a subir sus labios hacia arriba y mordió otra vez su oreja haciéndole estremecer. Bajó poco a poco lamiendo todo su cuello hasta llegar a su pecho donde se detuvo para besarlo. Él gemía en voz baja entrecortadamente cada vez que le mordía, algo que la calentaba sobremanera.

Él, con el fuego de la excitación en los ojos la agarró del pelo y estiró su cabeza para atrás. La obligó a mantenerse así, con esa feroz mirada clavada en sus ojos y entonces, aprovechándose de su escote, hundió la cara en sus pechos. Él quería disfrutar de sus pechos y no iba desperdiciar la ocasión. Le soltó el pelo y se aferró a ellos con ambas manos. Los estrujaba y apretaba los pezones por encima de la ropa. De un tirón los sacó un poco hacia fuera y lamió sus pezones. Los atrapó entre sus dientes y mordió con fuerza. A ella se le escapó un gemido.. Le gustaba que fuera duro con ella y él lo sabía y se aprovechaba de ello. Cuando por fín liberó a sus pezones sus pechos revotaron y ella empezó a respirar entrecortadamente. Le ardía la cara y tenía las mejillas totalmente coloradas.

Él, totalmente excitado, se desabrocho el cinturón y tomando la mano de ella la coló entre sus pantalones. Ella gimió al notar la polla dura en su mano. Agarró su miembro por la base y comenzó a masturbarlo, primero despacio pero cada vez más deprisa pues el calor se apoderaba de ella y no podía tranquilizarse.

Ambos gemían y se miraban a los ojos. Él con una mano la agarró de cuello y con la otra la sujetó por el pelo echando su cabeza hacia atrás. Haciendo así que, por un momento, perdiera la cabeza totalmente, volviéndola loca.

Luego la soltó y le apartó la mano de su miembro.

- Levántate - dijo él con voz firme.

Ella obedeció y entonces él la agarró con fuerza y la puso mirando la pared. No fue un impulso, era algo que llevaba pensando desde que salieron juntos a pasear. La frente pegada al frió ladrillo, las manos una a cada lado de su cabeza, las piernas abiertas y las caderas separadas de la pared.
Se quedó unos segundos quieto, a su espalda. Contemplándola. Le ponía a mil ver como ella obedecía a sus órdenes temblando. Entonces el la agarró del pelo, la obligó a mover la cabeza para atrás y apretó su sexo contra ella. Cuando ella notó aquel miembro tan duro presionar contra su culo gimió y lo movió para rozarse contra él.

Él la azotó un par de veces, le dio la vuelta y haciendo presión en sus hombros la obligó a bajar hasta ponerse de rodillas.

Ella, presa de su excitación, abrió la boca, sacó la lengua y esperó, como si fuera un animal amaestrado esperando una recompensa.

Entonces él juguetón, acercó sus caderas hasta que su miembro estuvo a unos milímetros de la boca de su amante. Podía notar su aliento caliente sobre su glande. Torció su boca con una media sonrisa que ella no podía ver y acarició su lengua despacio. Ella gruño y levantó sus ojos implorándole que se la metiera. Él río quedamente y de un golpe le introdujo la totalidad de su polla en la boca. Tan excitado como estaba no quería andarse con delicadezas. 

A ella le sobrevino una arcada ante el repentino asalto pero la aguantó transformándola en lágrimas. Él continuó moviendo las caderas con fuerza, excitándose con los ruidos obscenos que salían de la boca de su amante cuando la saliva y su polla no la dejaban respirar atravesando su garganta. 

Cuando vió que el ahogo se apoderaba de ella la dejó respirar sacándola de su boca. Ella tosía y se debatía intentando respirar mientras el la miraba. 

- Apoya la cabeza contra la pared y no te nuevas.

Ella obedeció y él volvió a llenarle la boca esta vez lentamente hasta el fondo. 

No podía mover la cabeza. La presión de sus caderas era tan fuerte que no le dejaba despegar la cabeza de la pared. Él empezó a moverse lentamente pero con fuerza. Llegaba tan profundo que las lagrimas no dejaban de salir y la saliva no paraba de gotear entre sus labios. Él aguantaba su miembro en el fondo de su garganta hasta que las arcadas eran tan fuertes que ella necesitaba relajarse. Sólo entonces le permitía respirar sacándole el miembro de la boca unos pocos segundos. Los indispensables para que pudiera volver a tomarle por completo. Ella inconscientemente, había llevado una de sus manos a su sexo y se acariciaba. Tenía las medias mojadas y el sexo le palpitaba.

Él, al darse cuenta, se apartó y con un movimiento de la mano le indicó que se levantara. La agarró por las caderas y la puso de cara a la pared. La cara pegada a la pared, las caderas separadas, de manera que pareciera que se le estaba ofreciendo. Colocó uno de sus pies entre los de ella y con un empujón la hizo abrirse de piernas. Levantó su falda dejando su trasero expuesto. Con sus fuertes manos agarró las medias y las rompió de un tirón. Movió hacia un lado la ropa interior dejando su sexo expuesto. Goteaba, incitándole a entrar.

Agarró su falda doblada a la altura de sus caderas y la penetró de un golpe. Su sexo caliente le abrazaba y presionaba. Él se movía frenéticamente. Ella agradecía el frío de los ladrillos contra su mejilla en contraposición del calor de su piel. Él siguió así hasta que notó como el orgasmo de ella mojaba su abdomen y hacia temblar sus piernas. Continuó un poco más así hasta que la excitación pudo con él.

Al borde del orgasmo, sacó su miembro del interior de la chica. Cuando ella recuperó la compostura volvió a hacer que se arrodillara ante él, y colocando su cara justo delante de su miembro se masturbó durante unos instantes hasta liberarse sobre la cara de ella, marcándola como suya, como llevaba deseando hacer desde hace tanto tiempo.