Aquel hombre llegó a la misma hora de siempre. Se quedó a las puertas y, sin entrar, miró el cartel que anunciaba el nombre del local. “DIAVOLO” rezaba el cartel escrito en letras blancas y elegantes sobre un fondo negro. Tras unos segundos cruzó el umbral y enseñó su tarjeta de membresía al guarda de seguridad de la entrada. Tras verificarla, el guarda le abrió la puerta y le invitó a pasar al interior con un ademán de la mano y una frase de cortesía para que pasara una buena velada.
El hombre asintió casi imperceptiblemente con la cabeza y
entró. Lo primero que sintió fue el aroma dulce y afrutado que dominaba el
interior, la luz tenue con leves tonos rojizos de bombillas colocadas por aquí
y por allá que le daban al sitio un ambiente peculiar. A pesar de que venía
regularmente el aura de aquel lugar todavía le fascinaba como el primer día.
El DIAVOLO era un lugar en el que la gente rica y
poderosa iba a desinhibirse. Un bar en el que nadie conocía a nadie, en el que
todos usaban apodos y en el que podían dar rienda suelta a sus más bajos
instintos y sucumbir a los placeres más exquisitos sin que nadie les juzgara ni
les molestara. Compuesto de una sala común y varias habitaciones y salas
privadas además de una barra surtida con todo tipo de licores.
De fondo sonaba la canción Sinnerman de Nina Simone lo que le
hizo esbozar una breve sonrisa. Se quitó el sombrero y el abrigo y tras dejarlo
en el guardarropa avanzó hasta la barra donde se sentó en uno de los elegantes
taburetes transparentes del local. Desde donde estaba sentado se podía ver
claramente la sala común. Ocupaba casi toda la planta baja del local. Llena de
sofás de tonos grises a juego con el conjunto de la gama de colores de paredes
y suelos. En el centro, una pista de baile llena de gente y al fondo varios
pedestales en las que las bailarinas daban rienda suelta a todos sus encantos.
En los laterales, habían construido unos pequeños muros en forma de
semicírculos creando una especie de lugares más privados adornados con mesas
bajas y varios sofás.
Unas largas escaleras metálicas de caracol salían de las
esquinas de la planta baja y se elevaban hasta la segunda planta. Si las
recorrías, te llevaban a las habitaciones privadas las cuales se usaban para
diversiones concretas.
Cuando el camarero le vio absorto y recorriendo la sala con
la mirada se acercó a él y carraspeo brevemente para sacarlo de su
ensimismamiento.
–
Buenas noches señor Nero. ¿Le pongo lo de
siempre?
–
Si, por favor.
Nero. Había elegido aquel apodo ya que siempre usaba trajes
en los que tanto el pantalón, chaleco y camisa eran completamente negros. Y le
parecía de lo más apropiado, casi como una broma privada consigo mismo.
A los pocos segundos el camarero colocó ante él un vaso ancho
en el que puso un hielo esférico y vertió sobre él el mejor whisky que tenían.
–
¿Ya a decidido que va a hacer hoy señor? - le
preguntó el camarero ya que era un cliente habitual.
–
Creo que hoy voy me voy a pasar por la sala
común.
–
Entonces espero que encuentre algo que sea de su
agrado, señor.
–
Seguro que si – le contestó con una sonrisa y,
cogiendo su vaso bajó los dos escalones que le separaban de la gran sala
diáfana que tenía ante sus ojos.
El baile no era una de sus virtudes así que escogió una de
las mesas más privadas en una esquina de la sala pero desde la que podía ver
perfectamente la pista de baile por encima del respaldo del sofá que tenía
enfrente.
Se sentó con las piernas ligeramente separadas, apoyó la
espalda contra el respaldo del sofá y la mano en la que sostenía el vaso la
recostó contra el reposa brazos mientras que la otra la posó sobre su rodilla.
La pista de baile estaba llena de gente, la mayoría jóvenes
niños ricos elegantemente vestidos que usaban aquel lugar como si fuera una
discoteca en la que desfasarse y en la que no tener que preocuparse por si
alguien les veía hacer algo considerado indebido o moralmente inaceptado por el
estricto y conservador entorno en el que se desenvolvían habitualmente.
A Nero le gustaba ver a aquellos jóvenes llenos de alcohol y
droga desinhibirse y dar rienda suelta al placer mientras bailaban y rozaban
sus cuerpos al ritmo de la música.
De repente una pareja de chicas se acercó hasta donde él
estaba y tambaleándose ligeramente se sentaron en el sofá que tenía delante.
–
¿Te importa que nos sentemos aquí? Todos los
demás lugares están ocupados.
Nero negó con la cabeza dando a entender que no le importaba
y dio un sorbo a su vaso.
Las chicas se le quedaron mirando intrigadas. Sabía lo que
les estaba pasando por la cabeza. Veían a un hombre joven y atractivo vestido
completamente con su traje negro y llevando una media melena ondulada que le
llegaba hasta el hombro de color cobre oscuro y profundos ojos verdes bebiendo
solo y mirando una pista de baile llena de jóvenes desinhibidos pero sin
aparente interés por unirírseles. Sabía que solía despertar curiosidad sobre
los que le observaban por el aura misteriosa que proyectaba. Pero él también
podía ver el fuego en sus ojos, sabía a qué habían venido allí con él y lo que
buscaban. Tenían ganas de jugar, pero él no era un juego fácil de ganar.
Comenzaron un poco de charla insustancial la cual Nero
aprovechó para observarlas bajo una mirada teñida de indiferencia.
Una de ellas, la que había preguntado si podían sentarse con
él llevaba el pelo largo suelto, un lado sujeto detrás de la oreja mostrando un
pequeño pendiente de aro de oro blanco. Lo tenía de un bonito color castaño tan
oscuro que con la luz tenue de los focos parecía negro. Le caía completamente
liso a ambos lados de los pechos. Llevaba un ceñido vestido negro con pequeños
brillos plateados con una raja en la falda por la cual podía verse una blonda
negra perfectamente sujeta a su pierna derecha. Además la parte de arriba del
vestido simulaba ser un corsé y, a pesar de no llevar varillas le apretaba
tanto los pechos que los dejaba tan a la vista que casi podría considerarse
vulgar. Llevaba los labios pintados en un tono rojo sangre y los ojos
delineados en negro lo que le daban una gran profundidad a sus ojos castaños.
La otra, por el contrario, tenía el pelo rojizo, largo hasta
la cadera, liso y con un flequillo que le tapaba la frente y te hacia mirar
seguidamente a sus preciosos ojos azules. Los haces rojizos hacían resaltar el
color de su pelo de forma cautivadora. Era más delgada y tenía un poco menos de
pecho que su compañera pero el vestido dorado que llevaba le contorneaba
perfectamente la figura y los pechos, haciéndola tremendamente atractiva.
Llevaba un maquillaje más suave en tonos marrones y rojizos y los labios en un
precioso tono terracota oscuro. La minifalda del vestido dejaba ver unas medias
transparentes con una fina línea negra en la parte trasera de la pierna.
Era la primera vez que venían al DIAVOLO. Dos niñas de
papá demasiado reprimidas en su día a día y que estaban ávidas de probar nuevas
experiencias. Impulsadas por el alcohol empezaron a coquetear juntas intentando
despertar alguna reacción en su compañero. Poco a poco fueron acercándose la
una a la otra y, finalmente, entre risas se besaron en la boca.
Paulatinamente los besos fueron subiendo de intensidad hasta
que terminaron la una con la lengua en la boca de la otra, compartiendo saliva
y con el sabor de sus pintalabios en la boca.
Cuando se separaron, entre risas tontas, con las
respiraciones un poco aceleradas y las mejillas sonrosadas, se volvieron a
mirar a Nero pero él daba las sensación de que su mirada estaba en otro lado.
Parecía concentrado en la pista de baile, como si ellas no le importaran lo más
mínimo. Molestas, se miraron la una a la otra y asintieron como si se hubieran
leído el pensamiento.
La chica de cabello moreno acercó sus labios rojos hasta el
cuello de su amiga y empezó a besarle la piel blanca lentamente mientras que
con una de sus manos le sujetaba por la cintura. La otra, colocó sus manos
libres sobre los pechos de la morena y los acaricio por encima de la ropa. Ella
respondió acercándose más a ella para que la presión en sus pechos fuera mayor.
Nero, fingiendo ser indiferente, había desviado su mirada
hacia el vaso de cristal que sostenía en la mano en el cual podía ver el
reflejo de las dos chicas besándose y metiéndose mano. Sabía que querían
calentarle y, a pesar de que estaban empezando a conseguirlo, no quería
dejárselo tan fácil. Observaba cómo de vez en cuando, entre beso y beso, le
miraban de reojo para ver si surtía efecto su provocación. Le resultaba
delicioso ver a dos mujeres darse placer para intentar complacerle.
Ellas, al pensar que no les estaban haciendo caso subieron de
intensidad sus caricias. Ahora la morena había colado su mano entre las piernas
de su amiga y le acariciaba por encima de las medias con suficiente presión
como para que la pelirroja empezara a jadear sutilmente entre los labios de su
compañera.
Nero estaba empezando a notar como su miembro comenzaba
crecer y a apretar contra sus pantalones pero estaba demasiado curtido en ese
tipo de provocaciones como para que se le notara. A pesar de ello podía ver
como las dos chicas se calentaban cada vez más y más. Las miradas cada vez eran
más continuadas y las caricias más ardientes.
En una de sus evasivas miradas, Nero vio a un camarero cerca
y alzó al brazo para llamarle. Las chicas no lograron saber lo que le había
dicho al camarero debido que no lo hizo con la voz suficientemente alta como
para que salvara la distancia que les separaba. Al poco el camarero volvió con
una bandeja y dos vasos de chupito alto con un líquido verde al que, tras
dejarlo en el medio de la mesa encendió con un mechero.
El color de la absenta relucía por las llamas en la penumbra
del local.
La morena se separó de los labios de su amiga por un instante
y se giró para alcanzar uno de los vasos. Cuando estaba a punto de llegar a él,
Nero lo tomó primero y lo acercó hacía él dejándolo fuera del alcance de la
chica y sin llegar a soltarlo. Ella, con una una media sonrisa y mirándole a
los ojos posó sus manos en el borde de la mesa acercando sus labios al vaso a
la vez que mostraba sus generosos pechos a punto de salirse del escote. Tras
soplar la llama que aún ardía por el alcohol del chupito, abrió la boca y
después de sostener la mirada a Nero unos segundos, baja su cabeza y atrapó
entre sus labios el vaso y sólo con el movimiento de su cabeza se bebió de un
trago el chupito.
Nero, con toda su atención ya puesta en las chicas se mordió
el labio inferior con la vista del escote de la chica y su forma de beberse el
chupito. Luego cogió el otro vaso y lo
alzó hacia la otra chica, ofreciéndoselo silenciosamente. Ella se levantó del
asiento y se acercó hacia la mano alzada de Nero. Posó sus manos en las de él,
extinguió la llama y sacó su lengua húmeda para lamer el cristal y llevarse las
gotas de condensación que perlaban el vaso. Desde la base hasta el extremo
donde, sin apartar la mirada de los ojos verdes de Nero, movió sus manos para
que el líquido verde cayera ardiendo por su garganta. Una vez terminado el
chupito, se relamió los labios de color terracota y se llevó una mano a jugar
con uno de sus mechones pelirrojos.
Nero, sin hablar, y sentado en la mitad del sofá, extendió
los brazos a cada lado de su torso y dio unos pequeños golpecitos en los
asientos.
Ellas, excitadas y calientes por el chupito de absenta se
sentaron a su lado. La morena a su derecha, la pelirroja a su izquierda. Nero
se volvió hacia la pelirroja y la besó. Podía notar el sabor de la absenta en
su lengua y el leve toque afrutado que desprendía el carmín que llevaba. La
morena mientras tanto, apretó sus pechos contra él y le colocó la mano en la
rodilla, para acariciarle el muslo. Entonces él, al notar la presión en su
pierna, puso su mano sobre la de ella y le llevó la mano hasta el incipiente
bulto de su entrepierna, donde cerró su mano para que le apretara. Ella gimió y
él dejo de besar a la otra chica para besarla a ella y que gimiera contra su
boca mientras su lengua invadía su boca.
Nero, cuando estuvo completamente duro, hundió sus dedos en
el pelo de las chicas y las agarró a la altura de la nuca.
–
Abrid la boca, sacad la lengua y manteneros así.
- les ordenó con su voz grave y firme.
Ellas sin decir nada, obedecieron y permanecieron así hasta
que él, dirigiéndolas con la fuerza de su agarre, hizo que juntaran sus
lenguas. Ellas comenzaron a besarse apasionadamente mientras se apoyaban en sus
piernas. Entonces él las soltó para poder desabrocharse el cinturón. Al oír
como la hebilla del cinturón tintineaba y se bajaba la cremallera ellas se
agitaron inquietas. Nero volvió a agarrarlas por el pelo y las separó, las hizo
bajar la cabeza hasta la altura de su miembro que sobresalía erecto entre sus
pantalones. La morena, totalmente excitada por la visión, intentó acercarse
hacia el miembro de Nero pero él la agarró más fuerte del pelo y no le permitió
acercarse.
–
Creo haberos dicho que abrierais la boca.
Ellas obedecieron otra vez y mantuvieron la lengua fuera de
su boca hasta que varias gotas de su saliva gotearon sobre la punta del miembro
de Nero. Entonces él liberó la presión de su mano izquierda dejando libre los
movimientos de la chica pelirroja. Entonces ella, empezó a lamerle el miembro
bajo la atenta mirada de su amiga que no podía moverse ni un milímetro. Ella
siguió lamiendo hasta que cubrió todo su miembro con saliva. En ese momento,
Nero dejó libre a la morena que se lanzó ávidamente a lamer también su miembro.
Él no dejaba de mirar a las dos chicas lamer al unísono su miembro de arriba abajo.
Sus lenguas húmedas recorriéndole y juntándose en la punta, donde se entrelazan
la una con la otra y acaban besándose son su glande entre los labios. Luego
ambas se turnaban para tragarse su miembro. Él podía notar como sus gargantas
le atrapaban y le apretaban cada vez que las arcadas hacían acto de presencia.
Nero extendió su mano y agarró a la morena por la barbilla
haciendo que se incorporara, y con un rápido movimiento le sujetó el escote y
tiró hacia abajo dejando sus pechos al aire. Tenía los pezones erectos y
rosados apuntando hacia su amiga. Él la agarró por uno de los pezones y lo
estrujó haciendo un medio giro con su mano. La morena gimió fuerte y apretó sus
piernas debido al escalofrió que la recorrió desde su pecho hasta su
entrepierna. Con la mano que le quedaba libre, Nero volvió a agarrar a la
pelirroja e hizo que acercara su cara a los pechos de su amiga. Ella se aferró
a ellos y los lamió con avidez y mordió sus pezones hasta que la morena tubo
que agarrarla de la cabeza para no caerse al tambalearse.
Nero observaba la deliciosa escena regodeándose con las dos
chicas lamiéndose y gimiendo. Después hizo ponerse de rodillas a la morena
entre sus piernas y colocó sus pechos uno a cada lado de su miembro, entonces
la pelirroja los apretó con sus manos y las movió masturbando así a Nero cada
vez con más rapidez. De vez en cuando él le apretaba los pezones mientras la
pelirroja no dejaba de mover las manos arriba y abajo y la morena le lamía el
glande dejando correr hilos de saliva por su miembro y sus pechos. Las chicas,
tremendamente excitadas, se comían la boca entre gemidos y miraban con fuego en
los ojos a Nero, deseándole.
Él, igual de excitado que ellas, las obligó a levantarse y
darle la espalda. Les dijo que apoyaran las manos en la mesa pero que no
flexionaran las piernas de tal manera que se quedaran con el culo en alto. Les
separó las piernas con las manos y les subió las faldas hasta la cintura. Se le
escapó una sonrisa cuando vio que ninguna de las dos llevaba ropa interior. La
morena tenía el sexo completamente expuesto ya que las medias le llegaban solo
hasta la parte superior del muslo terminadas en una preciosa blonda negra. En cambio
la pelirroja llevaba pantys por lo que con un rápido movimiento de manos y un
poco de fuerza los rompió dejando su sexo al descubierto. La chica gritó ante
la brusquedad pero no se movió ni un milímetro. Entonces él, sin levantarse del
sofá, estiró sus brazos y acarició el sexo de ambas a la vez. Las penetró con
tres dedos directamente pues sabía que estaban lo suficientemente calientes
como para soportarlo sin problemas. Sus sexos se abrieron sin resistencia
alguna ante sus dedos que las penetraron profundamente. Él movía las manos con
rapidez haciendo que ellas se mojaran tanto como para que su humedad goteara
entre sus piernas. Ambas gemían como locas cuando Nero les penetró con un dedo
más. Les temblaban las piernas y les costaba mantenerse en aquella posición
pues les empezaban a fallar las piernas.
Cuando él vio que estaban a punto de colapsar, retiró sus
manos y agarró a la pelirroja por la cintura, la atrajo hacia él y la hizo
subirse al sofá de espaldas a él, arrodillada sobre el asiento con una pierna a
cada lado de sus caderas. Sin soltarla de la cintura la hizo bajar poco a poco
hasta que el extremo de su miembro rozó con el de ella, deteniéndose ahí unos
segundos antes de hacerla bajar del todo y penetrarla de una vez para entrar en
ella hasta la base de su sexo.
La otra chica se había girado y, sentándose en la mesa con
las piernas abiertas se masturbaba observando como su amiga botaba y gemía
encima de Nero, cómo su miembro se mojaba con la humedad de su interior y sus
dedos se clavaban en su cintura. La pelirroja, al estar sujeta firmemente por
la cintura, se inclinó hacia delante para alcanzar las piernas de su amiga,
sostenerse en ellas y alcanzar su sexo, introducir su lengua en el y lamerla
ávidamente hasta hacerla correrse en su boca. La chica pelirroja tembló sobre
el miembro de Nero y derramó su orgasmo sobre él mientras todo su cuerpo se
estremecía.
Él la incorporó y la ayudó a bajarse y a sentarse a su lado.
Entonces se levantó y tomó la mano de la morena para guiarla hacia el sofá,
colocarla de espaldas a él y después de apartarle el pelo y morderle la nuca
haciéndola gritar, la hizo subirse al sofá de rodillas encima de su amiga, con
las piernas a cada lado de la cintura de la pelirroja y apoyarse en el
respaldo. Entonces la agarró por las caderas y la penetro con fuerza. La morena
gemía tan fuerte que la excitación de Nero estaba en su límite.
Ellas se besaban entre gemidos. Mientras la morena era
penetrada salvajemente la pelirroja se masturbaba con fiereza buscando otro orgasmo.
Nero, sintiendo como su clímax estaba a punto de llegar salió
del sexo de la chica y ésta se sentó del mismo modo que su amiga, la una junto
a la otra. Ambas con las piernas separadas y penetrándose con sus dedos con
toda la rapidez que podían. Él se masturbaba viéndolas y ellas no dejaban de
clavarle la mirada con la cara más erótica que eran capaz de hacer.
Nero, con un gemido grave y profundo derramó su orgasmo sobre
ellas, que lo recibieron con la boca abierta mientras a su vez ellas derramaban
el suyo sobre el sofá. Después ambas se miraron y se besaron lamiéndose la una
a la otra el semen que manchaba sus mejillas y sus labios hasta no dejar una
sola gota sobre su piel.
Una vez satisfechas, ambas se recompusieron ayudándose la una
a la otra, le lanzaron un beso con la mano a Nero y se marcharon hacia la pista
de baile. Él, por su parte, llamó al camarero, pidió otro whisky y lo disfruto
con la tranquilidad que le había dado el orgasmo. Cuando lo terminó, se dirigió
al guardarropa y tras recoger su abrigo y su sombrero cruzó la puerta hacia el
frío de la noche hasta el próximo día en el que volviera a disfrutar de los
placeres que el DIAVOLO ofrecía.