.

.

martes, 17 de febrero de 2015

La Princesa y el guisante +18

Había una vez un joven príncipe muy apuesto que soñaba con casarse con una bella princesa. Había conocido a muchas jóvenes pero ninguna le pareció digna. De hecho, muchas de ellas ni siquiera eran princesas de verdad. El príncipe, cansado de aquella situación,decidió hacerse a la mar en busca de nuevas muchachas. Sin embargo la búsqueda no dio frutos y el pobre príncipe volvió más desanimado de lo que se había marchado.
Una noche el rey y la reina e encontraban en el gran salón charlando sobre aquel problema cuando llamaron a la puerta.

Qué extraño- comentó la reina - ¿Quién se atrevería a salir en una noche como esta?

Y que razón tenía la reina pues aquella noche se había desatado una terrible tormenta. Uno de los sirvientes abrió la puerta y por ella entro una chica. Parecía joven y estaba empapada.

- ¿Quién eres pequeña? .- Preguntó la reina acercándola al fuego para que entrar en calor.

¿Y que haces andando a estas hora de la noche con esa tormenta? - interrogó el rey.
- Soy una princesa. Venía a ver a su hijo pero me extravié y la tormenta me alcanzó.

Los monarcas se miraron entre sí. No parecía una princesa, empapada y cubierta de barro. Además ni siquiera había venido en carruaje. Pero la reina tuvo una idea.

Está bien. Haré que te preparen una habitación. Podrás quedarte a dormir y mañana aclararemos las cosas.
- Gracias por su hospitalidad majestad.

La reina llamó a sus sirvientes y les ordenó que prepararan una de las habitaciones de invitados para la muchacha aunque con algo especial. La cama debía de tener todos los colchones que pudieran encontrar por el palacio y, debajo de todos ellos colocaría un guisante. Si la muchacha dormía mal aquella noche sería la prueba que la reina necesitaba para saber que era una princesa de verdad.

Una vez preparada la cama las sirvientas acompañaron hasta su alcoba. Una vez sola, se deshizo de sus ropas mojadas y se puso el camisón que le había preparado. Estaba agotada de caminar y tenía el cuerpo helado por la lluvia. Sólo quería meterse en la cama y descansar. Pero... ¿cómo podía ser tan incómoda? ¡Si estaba tumbada sobre un montón de colchones de plumas! Atormentada, salió de la cama y se puso a deambular por los corredores del castillo intentando coger el sueño. Curiosa como era, vio una puerta entreabierta en uno de los pasillos. Por la rendija salía una luz amarillenta, titilante y un poco mortecina, probablemente procedente de una vela. Se acercó a la puerta y miró por la abertura. Parecía una alcoba. Intrigada y sin pensar en que hubiera nadie en el interior, entró. Era una estancia enorme y ricamente decorada. En el centro estaba la cama más grande que ella había visto jamás.

¿Quién eres tú y que haces en mi habitación?

Al escuchar estas palabras la joven salió de la ensoñación en la que se encontraba mirando los delicados ornamentos del techo. ¡ No estaba sola! Bajó la vista hacia la cama y allí estaba él. El joven más apuesto que había visto jamás. Con el torso desnudo, tapado hasta la cintura por una sábana blanca. El muchacho, de largos cabellos rubios, sostenía entre las manos el libro que había estado leyendo hasta su intromisión.

¡Oh, lo siento mucho! Me he dejado llevar por la curiosidad. No tenía intención de molestarle- se disculpó la muchacha muy avergonzada.
- Un momento... ¿eres tú la princesa que ha llegado esta noche al castillo? - dedujo al ver su pelo todavía mojado.
- Si, soy yo.
- ¿Y qué haces deambulando a estas horas de la noche en lugar de descansar en tu alcoba?
- Es que... verás... la cama es tan incómoda que no puedo dormir.
- Vara, pobrecita... ¿Por qué no vienes aquí conmigo? TE aseguro que mi cama es muy cómoda.

El joven retiró la sábana de su lado y con una sonrisa la invitó a sentarse junto a él. Un escalofrío recorrió su cuerpo y el vello se le puso de punta. Pero viéndole así, desnudo con el pelo cayendo por su pecho y con esa sonrisa lasciva... ¿quién podría negarse? Se acercó a la cama y se tumbó boca abajo a su lado. Las sábanas era lo más suave que había rozado jamás su piel. Inspiró profundamente y giró su cabeza para mirarle. Le estaba sonriendo.

Estiró una de sus manos hasta los lazos que cerraban la espalda del camisón de la joven y los desanudó. La tela resbaló hacia los lados descubriendo su espalda. Ella sintió vergüenza ante su desnudez pero no se movió. Con las yemas de sus dedos recorrió la suave piel de sus hombros, de su nuca. Bajó lentamente por su espalda y se detuvo en sus nalgas. Las agarró con firmeza y recorrió con la palma de su mano.

- ¿Qué te parece si le cambiamos el color a este culito?
- ¿Qué... vas a...?

Sin darle tiempo a preguntar nada notó el primer azote. Y después otro y otro y otro... Cada vez que la mano caía sobre ella apretaba fuertemente los puños y gemía contra la almohada.

- ¿Ves? A tu culo le sienta bien el color rojo -. Se colocó detrás de ella y le abrió las piernas. - Que mojada estás... - dijo mientras le rozaba el sexo con uno de sus dedos. - Seguro que estás deliciosa...

Introdujo la lengua dentro de su sexo abriéndolo con sus manos. Exploró y bebió de su interior mientras ella gritaba y se retorcía. Después beso su culo y subió hasta la nuca. Rozó su miembro contra sus sexo a la vez que le mordía la oreja.

- Por favor... hazme tuya... - le suplicó entre gemidos.

Obedeció. Introdujo su miembro en ella muy lentamente, para que notara hasta el último centímetro de él. Ella gritó al sentirse llena. Él se movía con movimientos secos y fuertes. La agarró del cuello y se acercó a su oreja.

- Me gusta lo húmeda que estás princesita... Me estás empapando.

Aumentó el ritmo de las embestidas hasta que ella no puedo dejar de gritar ni por un segundo. Sin dejar de moverse le metió un dedo en su rojo trasero. En ese momento ella se revolvió y protestó pero él no le hizo caso. Después lo sacó y acercó su miembro mojado y, de un golpe, lo metió para que ocupara el lugar de su dedo. Ella empezó a gritar de dolor así que él le tapó la boca con la mano y siguió hasta llegar al orgasmo que brotó de él con fuerza, llenándola de su caliente néctar. Le dio la vuelta y la besó.

- Bueno princesa ya podéis volver a vuestra alcoba. Está apunto de amanecer.

Y ella se marchó, dolorida pero satisfecha. Llegó a su habitación y se tumbó en la cama aunque no podía conciliar el sueño. Dio vueltas y más vueltas hasta que los primeros rayos de sol se colaron por la ventana y un sirviente llamó a su puerta.

¿Estáis despierta?
- Sí, podéis pasar.
- La reina quiere que os presentéis en el salón.
- Ahora mismo voy, gracias.

El sirviente se marcho y ella se cambió de ropa y se fue hacia el lugar convenido.

- ¿Me habéis mandado llamar majestad?
- Sí. Me gustaría hacerte una pregunta. ¿Has dormido bien querida?

La joven miró hacia el suelo y se sonrojó recordando todo lo que había sucedido aquella noche.

- Me da un poco de vergüenza reconocerlo pero no majestad. A pesar de la cantidad de colchones la cama me resultaba muy incómoda.
- ¡Maravilloso! - exclamó la reina para sorpresa de la joven -. ¡Si que eres una princesa de verdad!

La reina le explicó lo que había hecho, que había colocado un guisante bajo los colchones para ver si de verdad era una princesa. Cuando terminó, mandó llamar a su esposo y a su hijo para contarles la noticia. El príncipe accedió a casarse con ella. La abrazó y, sin que nadie diera cuenta, le susurró al oído:

- A partir de ahora pasaremos más noches sin dormir.



1 comentario:

  1. El príncipe no se había visto en otra como esa, directamente en su cama, un tipo con suerte XD

    ResponderEliminar