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viernes, 13 de febrero de 2015

En la cocina

La luz blanca de la cocina parpadeaba de vez en cuando por el fluorescente medio fundido.

Él se acercó hacia la nevera, la abrió y sacó un bote de nata montada, le quitó el tape y se la llevó a la boca.

Ella escuchó el ruido que había hecho la nata al salir  del recipiente y se acercó a la cocina.

-¿Me das un poco?
-Abre la boca.

Ella obedeció y abrió la boca para que pudiera echarle la nata dentro de ella. Al cerrarla un poco de la nata se le escurrió cayéndole por el cuello y el pecho.

-Vaya, que torpe soy, me he manchado.
- Espera, déjame que te limpie...

Dirigió su boca hacia el cuello de la chica y con suaves lametazos fue quitándole poco a poco la nata del cuello. Unas agradables cosquillas le recorrían el cuerpo cada vez que la lengua rozaba su cuerpo. Siguió bajando con su lengua hasta llegara la clavícula, donde todavía tenía algo de nata.

Con cada beso y cada roce sus temperaturas corporales subían.

Mientras le lamía los últimos restos desplazó una de sus manos hacia uno de sus pechos y le retiró la camiseta dejando al descubierto uno de sus sonrosados pezones.

-Huy parece que me he dejado un poco de nata aquí...

Y bajó la boca hacia su pezón y lo atrapó entre sus labios. Con la punta de la lengua le recorría la aureola mientras cogía el pezón con sus dientes y tiraba suavemente hacia atrás.

Ella gemía y le revolvía el pelo con una mano cada vez que succionaba su pezón mientras que con la otra se pellizcaba el otro.

Al final, la cogió por la cintura y la llevó hasta la mesa, donde la tumbó y le separó las piernas.

Se inclinó sobre ella para poder volver a besarle el cuello. Se demoró allí varios minutos hasta que empezó a bajar por su cuerpo mientras seguía besándola y acariciándola. Cuando llegó a la cintura le quitó los pantalones cortos que llevaba y descubrió con gran deleite que no llevaba ropa interior.

Se arrodillo ante ella, le separó todo lo que puedo la piernas y relamiéndose comenzó a mordisquearle los muslos.

Su lengua la recorría cubriéndole la parte interior de las piernas de saliva y haciendo que la humedad de su sexo se desbordara.

Le introdujo la lengua en su interior mientras con las manos le abría bien el sexo para poder meterla más adentro. No dejó un sólo espacio de su entrepierna sin recorrer.

Cada vez que la lengua exploraba su interior ella gemía y se agarraba más fuerte a la mesa sobre la que estaba echada.


Una vez que terminó de deleitarse con el sabor de su interior se incorporó y se sacó el miembro de los pantalones. Se puso entre sus piernas y la penetró lentamente, disfrutando cada vez que invadía su interior.
Poco a poco fue aumentando el ritmo de las acometidas mientras la sujetaba firmemente por las caderas para evitar que se moviera.

La mesa se movía golpeando la pared, cada vez que la penetraba, lo que producía un ruido constante que marcaba el ritmo.

La humedad de su sexo había llegado hasta el punto de que se le escurría por las piernas y empapaba a su vez el vientre de su acompañante y la mesa en la que estaba echada.

Conforme el place se hacía más grande, su cuerpo se descontrolaba y las penetraciones se hacía más grandes y profundas.

Al ruido que hacía la mesa contra la pared se unieran los gemidos de placer y el roce de sus cuerpos húmedos al chocar.

Justo en el momento en el que llegaron al orgasmo, él  sacó el miembro de su interior y se derramó sobre su abdomen y sus pechos.

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