Apenas se oye un sólo sonido. La
habitación se mantiene sumida en la penumbra aunque hay suficiente luz para
vernos claramente. Estás ahí, delante de mi, mirándome fijamente con una fuerza
en tu mirada que hacer que se me encoja el estómago y me ponga nerviosa. Yo,
parada frente a ti, te recorro con la mirada de arriba a abajo sin perder un
sólo detalle de tu cuerpo enfundado en ese traje que tan bien te sienta.
Me muerdo el labio inferior y te
miro directamente a los ojos. Nuestras miradas se cruzan y te veo sonreír con
una media sonrisa maliciosa que me da escalofríos.
Avanzas hacia mí lentamente y me
sujetas por la barbilla. Pasas tu pulgar por mis labios y yo abro la boca.
– ¿Tantas ganas me tienes que ya abres la boca?
Se me escapa un suave gemido ante
la pregunta pero no soy capaz de contestar. Tus labios se posan en mi cuello
para recorrerlo a besos, para morder el lóbulo de mi oreja a la vez que
acaricias mis pechos. Tu aliento caliente sobre mi cuello me da escalofríos y
me hace temblar. Te apartas y colocas tu
mano en mi nuca para, después de besarme por un momento, mirarme a los ojos.
– De rodillas – ordenas autoritariamente.
Yo, incapaz de resistirme a tu
voz obedezco sin decir una palabra. ME quedo frente a ti, observando cómo tus
manos desabrochan la hebilla del cinturón y bajan la cremallera de los
pantalones. Sin querer esperar un segundo más, acerco mi boca a tu miembro y,
cuando mi lengua está a punto de rozarte me tiras del pelo obligándome a
mantener mi boca lejos de ti sujetándome firmemente con tu mano.
– Si lo quieres tendrás que pedirlo apropiadamente
querida.
Mi cuerpo se estremece e intento
tragar saliva esperando que me salga las palabras pero permanezco callada. Entonces
agarras tu miembro y acaricias levemente mis labios con la punta para separarte
a los pocos segundos.
– ¿No lo quieres entonces?
Se me escapa un pequeño gemido de
entre los labios y me apresuro a contestarte.
– Por favor...por favor... - suplico con voz
entrecortada – quiero ponerlo en mi boca...
Sueltas una pequeña risa y,
aflojando la presión de tu mano pero sin soltarme, dejas que me acerque a ti.
Con mi lengua lo recorro de arriba a abajo hasta que está totalmente cubierta
de saliva. Cuando está listo abro mi boca y lo introduzco en ella lentamente
hasta llegar a la base. Muevo mi cabeza despacio, habituándome a su tamaño y
rigidez. Puedo sentir tus ojos clavados en mí así que comienzo a mover la
cabeza cada vez más deprisa y levanto la vista para mirarte a los ojos. Puedo
escuchar tu respiración entrecortada y tus débiles gemidos cada vez que tu
miembro toca el fondo de mi garganta. Ahora agarras mi cabeza con ambas manos,
inmovilizándome. Comienzas a mover tus caderas mucho más rápido llegando profundamente
hasta el fondo de mi garganta con cada embestida. La saliva que no soy capaz de
tragar resbala por la comisura de mis labios y las lágrimas ruedan por mis mejillas. En mis oídos reverbera el
sonido de mis arcadas cada vez que llegas demasiado profundo. En esos momentos
me separas de ti unos segundos para que pueda retomar el aliento y luego
vuelves a meterlo entero de un sólo golpe.
Sumamente excitada cuelo mi mano
por debajo de mi falda y de mi ropa interior y comiendo a masturbarme. Estoy
tan húmeda que puedo introducirme dos dedos a la vez. Mis gemidos, ahogados por
tu miembro, hacen temblar mi garganta.
Entonces, sin previo avisto, te
apartas de mí, te agachas para estar a mi altura y me agarras del pelo para
evitar que pueda acercarme a ti.
– ¿Acaso te e dado permiso para que te masturbes?
Intento balbucear una respuesta
pero tú ya te has incorporado y me haces caminar a cuatro patas tirándome del
pelo hasta la pared más cercana. Me obligas a levantarme y a colocarme de cara
a la pared.
– Parece que voy a tener que enseñarte obediencia
pequeña zorra.
Con manos rápidas deshaces el
nudo de tu corbata y me atas las manos a la espalda. Puedo notar el tacto de la
tela en torno a mis muñecas. Está tan apretado que no sería capaz de soltarme
yo misma o hacerlo accidentalmente.
Te colocas a mi espalda y echas
mi pelo por un lado de mi cuello para poder lamer el lado que a quedado
expuesto. Mientras muerdes el lóbulo de mi oreja tiras de mi sujetador sacando
así mis pechos. Echas tu peso sobre mi espalda haciendo que mi cuerpo se
tambalee hacia delante y mis pezones desnudos entren en contacto con la fría
pared haciendo que se endurezcan hasta el punto de que duelen. Colocas tu mano
en mi cabeza obligándome a apoyar la frente contra la pared.
– Mantente así – me ordenas a la vez que te
apartas de mi espalda y te colocas a un lado.- Ahora aleja tus caderas todo lo
que puedas de la pared y separa las piernas.
Aunque es una postura incómoda y
difícil de mantener la llevo a cabo haciendo acopio de todas las fuerzas de las
que dispongo.
Con tus dedos trazas una línea
imaginaria recorriendo mi espalda hasta llegar a la cintura donde te detienes
para meter las manos por debajo de mi falda y bar de un tirón mi ropa interior
que se desliza por mis piernas hasta llegar al suelo.
Poniendo tu boca a la altura de
mi oído vuelves a colar tu mano debajo de mi falda ya caricias mi sexo húmedo
antes de introducir dos dedos dentro de él. Gimo como respuesta inmediata ante
el estímulo, lo que provoca tus risas.
– Muy bien... ¿y qué tal si los muevo?
Tus dedos comienzan a entrar y
salir de mi cuerpo cada vez con más rapidez. Mis piernas tiemblan y me cuesta
mantenerlas tan abiertas.
– ¿Crees que podrás con otro más? ¿O ya es
suficiente para ti? - lanzas la segunda pregunta con una sonrisa maliciosa en
la voz.
– No...más... quiero más... por favor – suplico
entre gemidos.
Dicho esto, introduces otro dedo
en mí y aumentas la velocidad y la fuerza de tus movimientos. Con tu otra mano
metes un par de dedos en mi boca. Tocas mi lengua y mi saliva cae por las comisuras
de mis labios. Una sensación de ahogo me posee y me cuesta respirar con
normalidad. Lágrimas de placer caen por mis mejillas y un sonido húmedo inunda
la habitación cuando mi orgasmo se desborda entre mis muslos. Molesto, retiras
tus dedos y tiras de mi pelo para que te mire a la cara.
– ¿Acaso te he dicho que podías correrte sin mi
permiso? - me preguntas malhumorado. - Eres una zorra incorregible y las zorras
así solo entendéis las cosas de una manera.
Vuelves a colocarte a mi espalda
e introduces tu miembro en mi sexo húmedo e hinchado a la vez que me agarras de
los pezones y tiras de ellos con fuerza. Te mantienes así, inmóvil, disfrutando
del calor de mi cuerpo. Yo gimo y contraigo mi sexo deseando que empieces a
moverte, pero sigues impasible a mis
estímulos. Al final reúno el coraje suficiente para hablar.
– Por favor...muévete...
– ¿Cómo? ¿Así? - preguntas mientras mueves tu
cadera hacia atrás y hacia delante una vez con muchísima lentitud.
– Ah... no...más rápido...
Aumentas la velocidad pero no es
suficiente.
– ¿Así?
– Más...más rápido...
Divertido por verme suplicar
colocas tus manos en la pared y accedes a mis deseos. Tus caderas se mueven
cada vez más deprisa y con más fuerza. Noto tu respiración en mi nuca y mis
gemidos rompen el silencio de la habitación. Tu miembro empieza a palpitar en
mi interior cada vez con más fuerza.
– ¿Dónde quieres que me corra querida? - susurras
en mi oído.
– Lo quiero en mi boca. - contesto entre gemidos.
Te apartas de mí y me desatas las
muñecas. Me coloco d rodillas entre tu cuerpo y la pared. Pasas tu corbata por
mi nuca y tiras de ella para introducirme tu miembro en la boca. Apenas puedo
respirar pero no me importa. Sólo quiero tu orgasmo en mi boca el cual no tarda
en llegar y ahogarme.
– Trágatelo. No dejes que se derrame una sola
gota.
Noto el líquido caliente y espeso
bajar por mi garganta, momento en el que
dejas mi boca libre y te alejas de mí mientras yo me apoyo en la pared
intentando recuperar el aliento.
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