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jueves, 10 de noviembre de 2016

El adiestrador de caballos

Había una vez una hermosa princesa de cabellos dorados como el sol que vivía en un resplandeciente castillo. Todos los días, a la hora de tomar el té, salía al balcón de su habitación a leer.

Desde hacía varios días, en los campos situados en frente de su cuarto, había un joven que se dedicaba a adiestrar caballos. La princesa intentaba con todas sus fuerzas concentrarse en la lectura pero antes de acabar la primera página sus ojos volaban del papel para posarse en el apuesto joven.
Su melena ondulaba al viento cada vez que el caballo pasaba galopando a su lado y sus músculos se marcaban a través de la fina camisa cuando se empapaban con su sudor.

El joven se volvió por casualidad y sorprendió a la princesa observándole. Ella se sonrojó y bajo la vista de vuelta al libro aunque estuviera demasiado nerviosa como para leer una sola palabra.
Así transcurrieron los días. Ahora, cada vez que el joven la pillaba mirándole, la saludaba con un leve movimiento de la cabeza y ella, azorada, le devolvía el gesto.

Un día el joven montó en el caballo que estaba adiestrando y galopó hasta el castillo. La joven salió al balcón y casi gritó de la sorpresa cuando vio que él estaba allí.

- ¿Queréis venir a cabalgar conmigo princesa?

- No... no puedo.

- Os prometo que cuidaré muy bien de vos.

- Yo... mi padre se enfadará muchísimo si se entera de que me he ido sin su permiso, y con alguien que no conozco.

- Entonces volveremos antes de que se pueda enterar.

Tenía una voz, una mirada y una sonrisa demasiado convincentes. La princesa, tras meditarlo durante un tiempo, logró calmar un poco su corazón y aceptó la invitación convencida por la fuerza de sus ojos. Si volvía antes de que su padre pudiera echarla de menos no pasaría nada. Cerró la puerta de su habitación desde dentro con llave para asegurarse de que nadie entraría durante su ausencia y sin su permiso.

Deshizo la cama y ató las sábanas unas con otras. Así consiguió descolgarse por el balcón hasta los brazos del joven no sin esfuerzo pues, bajar de esa manera con sus aparatoso vestido era de lo más difícil. Él la sujetó con sus robustos brazos a la vez que manejaba las riendas del caballo guiándolo hasta un claro no muy lejos de allí pero lo suficientemente oculto como para que nadie los encontrara.
- Es precioso – exclamó la princesa maravillada ante la cantidad de flores que la rodeaban. Caminó hasta la mitad del claro y se sentó allí disfrutando del aroma de las plantas. Él se sentó junto a ella y recorrió su mejilla con la yema de sus dedos.

- Sois mucho más hermosa que todas estas flores.

Ella se sonrojó y su corazón volvió a latir muy deprisa. Él se acercó lentamente mirándola a los ojos y la besó en los labios. Ella se apartó hacia atrás, avergonzada. Sus mejillas se tornaron rojas y su pecho se agitaba rápidamente fruto del intenso nerviosismo que sentía. Él la miraba con sus feroces ojos y extendió una mano hacia ella pero sin llegar a tocarla. No dijo nada, sólo se limitó a mirarla. El beso que le había dado acababa de despertarle sensaciones en su cuerpo que hasta ahora le eran desconocidas.

Aún podía notar en sus labios el roce de los de él y un calor extraño le palpitaba entre las piernas. Se sentía confusa. Él, viendo las dudas en su mirada, decidió aprovecharlas y volver a abordarla. Esta vez se acercó lentamente acariciando su brazo, pasando por su hombro hasta agarrarla suavemente por la barbilla y volvió a besarla. Esta vez ella no se aparto.

Era la primera vez que ella besaba a alguien. Se notaba su inexperiencia aunque poco a poco consiguió cogerle el ritmo. Él decidió ir un paso más allá y bajó su mano hasta sus pechos.

Ella se asustó e intentó apartarse pero la sujetó con la mano que le quedaba libre. Comenzó a morderle el cuello haciendo caer sus defensas. Con manos hábiles le sacó los pechos del vestido y empezó a lamerle los pezones que se pusieron completamente duros. Con un suave empujó la obligó a tumbarse en el suelo y le levantó las faldas hasta la cintura. Ella, instintivamente, cerró fuertemente las piernas.

- Separad las piernas alteza o no será divertido...

Acarició y separó sus piernas. Se colocó entre ellas y beso la parte interior de sus muslos que las medias no llegaban a cubrir. Después acarició su sexo e introdujo uno de sus dedos. Ella empezó a protestar y a moverse a lo que él respondió moviéndolo con fuerza hasta que la princesa se puso a gemir. En ese momento acercó su boca a su sexo y lo lamió con lentitud. Saboreándolo. Siguió acariciándola así una y otra vez hasta que su mejillas terminaron totalmente empapadas. En ese momento, ayudándose de sus dedos, abrió su sexo y le introdujo la lengua en su interior. Continuó así hasta que el orgasmo se desató y cayó a través de sus mejillas hasta la hierba.

Él se incorporó y contempló a la jadeante princesa mientras liberaba su sexo de los oprimentes pantalones. Puede ver cómo la princesa está a punto de articular una negativa que nunca llega a materializarse pues él se coloca rápidamente sobre ella y le tapa la boca con sus labios. Introduce varios dedos en su sexo para luego acariciar el suyo y lubricarlo. Adelanta sus caderas y comienza a meterle el miembro poco a poco.

- ¿Os duele? - le pregunta a la princesa al ver sus ojos llorosos. - Aguantad, voy a empezar a moverme y os aseguro que os gustará.

La princesa no para de llorar. Aunque dilatado, a su sexo le cuesta recibir el miembro del joven. Cada vez que la llena completamente grita y se aferra a la tela de su camiseta. Las embestidas de su cadera muy fuertes y duras. Él gime en su oído y agarra sus pechos con fuerza. Él nota como su vagina envuelve su miembro y cómo con cada penetración lo acepta un poco mejor.

Se incorpora y estira de sus pezones con fuerza. Ella grita y aprieta las piernas al rededor de su cintura. Después él se gira y con sus fuertes brazos la obliga a ponerse a horcajadas encima de él.

- Ahora quiero que os mováis vos princesa. - le dice sin dejar de agarrar sus caderas.

Ella, sin saber muy bien como hacerlo comienza a moverse despacio. La penetración le resulta tan profunda que le cuesta incluso respirar. Él se impacienta con esos movimientos tan lentos y sube sus caderas para penetrarla hasta el fondo.

- Más rápido princesa.

Sus lágrimas resbalan por sus mejillas pero obedece. Mueve sus caderas con más velocidad mientras él la sujeta por la cintura y a morder sus pechos.

Poco a poco ella empieza a disfrutar del duro miembro que la penetra sin compasión y gime con fuerza mientras él tira de sus pezones. Al final la princesa nota cómo el miembro en su interior bombea todo su caliente orgasmo dentro de ella.

Ambos se tumban en el lecho de flores agotados, intentando recuperar el aliento. Al cabo de un tiempo montan en el caballo y emprenden el camino de regreso hacia el castillo.
Él todavía piensa en su cuerpo y ella espera que nadie se haya dado cuenta de sus ausencia.





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