Había una vez una hermosa princesa de cabellos dorados como el
sol que vivía en un resplandeciente castillo. Todos los días, a la
hora de tomar el té, salía al balcón de su habitación a leer.
Desde hacía varios días, en los campos situados en frente de su
cuarto, había un joven que se dedicaba a adiestrar caballos. La
princesa intentaba con todas sus fuerzas concentrarse en la lectura
pero antes de acabar la primera página sus ojos volaban del papel
para posarse en el apuesto joven.
Su melena ondulaba al viento cada vez que el caballo pasaba
galopando a su lado y sus músculos se marcaban a través de la fina
camisa cuando se empapaban con su sudor.
El joven se volvió por casualidad y sorprendió a la princesa
observándole. Ella se sonrojó y bajo la vista de vuelta al libro
aunque estuviera demasiado nerviosa como para leer una sola palabra.
Así transcurrieron los días. Ahora, cada vez que el joven la
pillaba mirándole, la saludaba con un leve movimiento de la cabeza y
ella, azorada, le devolvía el gesto.
Un día el joven montó en el caballo que estaba adiestrando y
galopó hasta el castillo. La joven salió al balcón y casi gritó
de la sorpresa cuando vio que él estaba allí.
- ¿Queréis venir a cabalgar conmigo princesa?
- No... no puedo.
- Os prometo que cuidaré muy bien de vos.
- Yo... mi padre se enfadará muchísimo si se entera de que me
he ido sin su permiso, y con alguien que no conozco.
- Entonces volveremos antes de que se pueda enterar.
Tenía una voz, una mirada y una sonrisa demasiado convincentes.
La princesa, tras meditarlo durante un tiempo, logró calmar un poco
su corazón y aceptó la invitación convencida por la fuerza de sus
ojos. Si volvía antes de que su padre pudiera echarla de menos no
pasaría nada. Cerró la puerta de su habitación desde dentro con
llave para asegurarse de que nadie entraría durante su ausencia y
sin su permiso.
Deshizo la cama y ató las sábanas unas con otras. Así consiguió
descolgarse por el balcón hasta los brazos del joven no sin esfuerzo
pues, bajar de esa manera con sus aparatoso vestido era de lo más
difícil. Él la sujetó con sus robustos brazos a la vez que
manejaba las riendas del caballo guiándolo hasta un claro no muy
lejos de allí pero lo suficientemente oculto como para que nadie los
encontrara.
- Es precioso – exclamó la princesa maravillada ante la
cantidad de flores que la rodeaban. Caminó hasta la mitad del claro
y se sentó allí disfrutando del aroma de las plantas. Él se sentó
junto a ella y recorrió su mejilla con la yema de sus dedos.
- Sois mucho más hermosa que todas estas flores.
Ella se sonrojó y su corazón volvió a latir muy deprisa. Él se
acercó lentamente mirándola a los ojos y la besó en los labios.
Ella se apartó hacia atrás, avergonzada. Sus mejillas se tornaron
rojas y su pecho se agitaba rápidamente fruto del intenso
nerviosismo que sentía. Él la miraba con sus feroces ojos y
extendió una mano hacia ella pero sin llegar a tocarla. No dijo
nada, sólo se limitó a mirarla. El beso que le había dado acababa
de despertarle sensaciones en su cuerpo que hasta ahora le eran
desconocidas.
Aún podía notar en sus labios el roce de los de él y un calor
extraño le palpitaba entre las piernas. Se sentía confusa. Él,
viendo las dudas en su mirada, decidió aprovecharlas y volver a
abordarla. Esta vez se acercó lentamente acariciando su brazo,
pasando por su hombro hasta agarrarla suavemente por la barbilla y
volvió a besarla. Esta vez ella no se aparto.
Era la primera vez que ella besaba a alguien. Se notaba su
inexperiencia aunque poco a poco consiguió cogerle el ritmo. Él
decidió ir un paso más allá y bajó su mano hasta sus pechos.
Ella se asustó e intentó apartarse pero la sujetó con la mano
que le quedaba libre. Comenzó a morderle el cuello haciendo caer sus
defensas. Con manos hábiles le sacó los pechos del vestido y empezó
a lamerle los pezones que se pusieron completamente duros. Con un
suave empujó la obligó a tumbarse en el suelo y le levantó las
faldas hasta la cintura. Ella, instintivamente, cerró fuertemente
las piernas.
- Separad las piernas alteza o no será divertido...
Acarició y separó sus piernas. Se colocó entre ellas y beso la
parte interior de sus muslos que las medias no llegaban a cubrir.
Después acarició su sexo e introdujo uno de sus dedos. Ella empezó
a protestar y a moverse a lo que él respondió moviéndolo con
fuerza hasta que la princesa se puso a gemir. En ese momento acercó
su boca a su sexo y lo lamió con lentitud. Saboreándolo. Siguió
acariciándola así una y otra vez hasta que su mejillas terminaron
totalmente empapadas. En ese momento, ayudándose de sus dedos, abrió
su sexo y le introdujo la lengua en su interior. Continuó así hasta
que el orgasmo se desató y cayó a través de sus mejillas hasta la
hierba.
Él se incorporó y contempló a la jadeante princesa mientras
liberaba su sexo de los oprimentes pantalones. Puede ver cómo la
princesa está a punto de articular una negativa que nunca llega a
materializarse pues él se coloca rápidamente sobre ella y le tapa
la boca con sus labios. Introduce varios dedos en su sexo para luego
acariciar el suyo y lubricarlo. Adelanta sus caderas y comienza a
meterle el miembro poco a poco.
- ¿Os duele? - le pregunta a la princesa al ver sus ojos
llorosos. - Aguantad, voy a empezar a moverme y os aseguro que os
gustará.
La princesa no para de llorar. Aunque dilatado, a su sexo le
cuesta recibir el miembro del joven. Cada vez que la llena
completamente grita y se aferra a la tela de su camiseta. Las
embestidas de su cadera muy fuertes y duras. Él gime en su oído y
agarra sus pechos con fuerza. Él nota como su vagina envuelve su
miembro y cómo con cada penetración lo acepta un poco mejor.
Se incorpora y estira de sus pezones con fuerza. Ella grita y
aprieta las piernas al rededor de su cintura. Después él se gira y
con sus fuertes brazos la obliga a ponerse a horcajadas encima de él.
- Ahora quiero que os mováis vos princesa. - le dice sin dejar
de agarrar sus caderas.
Ella, sin saber muy bien como hacerlo comienza a moverse despacio.
La penetración le resulta tan profunda que le cuesta incluso
respirar. Él se impacienta con esos movimientos tan lentos y sube
sus caderas para penetrarla hasta el fondo.
- Más rápido princesa.
Sus lágrimas resbalan por sus mejillas pero obedece. Mueve sus
caderas con más velocidad mientras él la sujeta por la cintura y a
morder sus pechos.
Poco a poco ella empieza a disfrutar del duro miembro que la
penetra sin compasión y gime con fuerza mientras él tira de sus
pezones. Al final la princesa nota cómo el miembro en su interior
bombea todo su caliente orgasmo dentro de ella.
Ambos se tumban en el lecho de flores agotados, intentando
recuperar el aliento. Al cabo de un tiempo montan en el caballo y
emprenden el camino de regreso hacia el castillo.
Él todavía piensa en su cuerpo y ella espera que nadie se haya
dado cuenta de sus ausencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario