Marinnette era una joven doncella de alta alcurnia que vivía en
una impresionante mansión a las afueras de París. Sus padres,
temerosos de que sucumbiera a los placeres y vicios que la ciudad
ofrecía, apenas la dejaban salir. Un día, bajo la supervisión de
su guardaespaldas personal, cogió un carruaje en dirección al
centro de la ciudad para hacer unas compras.
Las horas pasaron y al final de la tarde, cuando ya casi
anochecía, decidieron volver. Vagaron por las calles buscando un
carruaje libre hasta que, sin darse cuenta, acabaron en un callejón
sin salida.
- Demos la vuelva señorita, parece que nos hemos equivocado de
camino.
En ese momento algo duro se estrelló en la parte posterior de su
cabeza. Marinnette gritó horrorizada al ver cómo su guardaespaldas
se desplomaba inconsciente en el suelo junto a los paquetes que
portaba en los brazos.
Dos hombres se alzaban ante ella. Estaba bastante oscuro y no
llegaba a verles bien las caras. El miedo le atenazaba los músculos
mientras los oía reírse.
Antes de que pudiera reaccionar y echar a correr uno de los
hombres ya la había agarrado. La sostuvo por las muñecas con una de
sus manos mientras que con la otra le tapaba la boca. Ella podía
notar la respiración del hombre en su nuca, algo que le resultaba
extremadamente desagradable. El otro sacó una navaja de su bolsillo
y le cortó las cuerdas que le mantenía cerrado el corsé. Tiró de
la tela y lo abrió dejando al descubierto sus pechos. Pasó la hoja
de la navaja por sus pezones los cuales se pusieron duros al contacto
con el frío metal.
Ella no dejaba de gritar aunque no servía de mucho. Antes de
guardar el arma, cortó una tira de tela de su falda y la usó para
atarle las muñecas. Después le agarró los pechos y los apretó con
fuerza a la vez que azotaba el pezón que sobresalía.
Ella lloraba y gritaba contra la mano del hombre en un vano
intento de que alguien la oyera y acudiera en su ayuda.
El hombre se apartó unos centímetros y se desabrochó los
pantalones dejando su sexo al descubierto. El otro hombre la empujó
por los hombros hasta dejarla de rodillas. Él adelantó las caderas
y le rozó el glande contra los labios. Ella se apartó a lo que él
reaccionó agarrándola por el pelo con una mano y con la otra le
tapó la nariz lo que la obligó a abrir la boca para poder respirar,
momento que él aprovechó para meterle el miembro en la boca de un
solo golpe dejándolo ahí durante unos segundos. Cuando lo sacó,
Marinnette empezó a toses entre lágrimas y arcadas. Esta vez le
agarró la cabeza con ambas manos y se abrió paso entre sus labios
hacia el fondo de su garganta una y otra vez mientras la saliva
escapaba de su boca cayendo en sus pechos. Después le cambió el
sitio al otro hombre colocándose él detrás y empujándole la
cabeza hacia delante para procurar que el miembro de su compañero le
llegara hasta el fondo de la garganta.
Cuando por fin se apartó de ella y pudo recuperarse de las
arcadas intentó desesperadamente coger aire. Agarrándola del pelo
la levantaron. Uno de ellos se colocó a la espalda y le desabrochó
la falda que cayó al suelo. Él se apoyó en la pared y la levantó.
La sujetó colocándole los brazos por detrás de las rodillas
haciendo que se apoyara contra su pecho manteniéndole las piernas
totalmente abiertas.
Ella no dejaba de chillar por lo que el otro hombre desgarró su
falda y con la tira de tela que obtuvo la hizo callar metiéndosela
en la boca amortiguando así los molestos quejidos.
Su cuerpo se tensó al notar cómo el hombre situado a su espalda
intentaba introducirle el miembro en el culo. Ella intentó zafarse
pero sólo consiguió recibir unas cuantas bofetadas que la dejaron
un poco aturdida, momento que él aprovechó para finalmente
penetrarla.
El dolor que sintió fue tan fuerte que la hizo gritar con todas
sus fuerzas. Las lágrimas corrían por sus mejillas sin descanso. El
hombre que la tenía sujeta metió un par de dedos en su sexo. No
estaba lo suficientemente mojada. Le costaría introducirla. A ella
le dolería pero eso era algo que no le importaba lo más mínimo.
Acercó su miembro a su sexo y comenzó a introducirlo. Por la
fuera consiguió meterlo entre risas de satisfacción. Notaba la
fricción que su sexo producía en su vagina apenas dilatada.
Poco antes de que llegaran al clímax salieron de ella dejándola
tumbada en el suelo. Se colocaron frente a ella y dejaron salir su
orgasmo sobre su cara y sus pechos desnudos.
Entre risas se alejaron dejándola ahí tendida, sollozando y
templando hasta que su guardaespaldas despertara y la llevara de
vuelva a su casa donde intentaría olvidad todo lo que había pasado
esa noche.
Como no he encontrado cómo enviarte este regalo, te lo dejo aquí:
ResponderEliminarRodeo la mesa y te hago girar sobre tu silla, para encontrar que debajo de la mesa solo escondes unas diminutas bragas de encaje negro. Sin mediar palabra, comienzas a abrir mi camisa, a lamer mi vientre, a despertar mi deseo. Acaricio tu pelo y tu cara mientras me liberas y deboras con la pasión acumulada de los años de distancia. Mis manos se pierden bajando la cremallera, liberando tus pecho que colman de caricias. Nuestras miradas se cruzan y con una mano te levanto sobre la mesa, frente a frente, entrando en ti sentada ante mi. Comiendo tus pecho en cada embestida. Tus piernas rodean mi cuerpo y me dejo arrastrar por tu cuerpo hasta el suelo. Tú sobre mi. Me cabalgas, me domas como si de un caballo salvaje se tratara. Te tumbas sobre mi. Tus senos contra mi pecho. Tus labios en mis labios, comiendonos cada milímetro de boca, presas del deseo.
Muchísimas grancias. Me a encantado.
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