.

.

lunes, 5 de octubre de 2015

¿Cenamos?

Para S. quien me ha dado la inspiración suficiente para sacar este relato a delante.” - E.



Ella se está maquillando en el cuarto de baño. Se mira al espejo y sonríe coquetamente a la vez que se pinta los labios.

Mientras tanto él está abriendo el armario y sacando un paquete envuelto en papel plateado atado con un gran lazo rojo. Lo sopesa unos segundos entre sus manos y, esbozando una sonrisa, lo deposita encima de la cama y se marcha al cuarto de estar.

Ella sale del baño y se dirige hacia el vestidor. Selecciona la ropa y zapatos que va a ponerse y los deja en la cama. Al hacer esto se da cuenta del paquete. Quiere abrirlo ya pero decide hacerlo cuando se haya terminado de arreglar.

Deja caer la toalla en la que esta envuelta sobre el suelo. Desnuda, saca del primer cajón de la mesilla un par de medias transparentes con una delicada blonda en color negro. Se la pone muy lentamente, deleitándose con la sensación que le produce la suave tela al entrar en contacto con su piel. Después, del mismo cajón, saca un ligero negro que coloca en su cintura y ata la blonda de sus medias. Por último, de el siguiente cajón saca su ropa interior. Un conjunto de lencería de gasa transparente en color negro y con encaje a juego.
Sentada en el tocador, decora su cuello y sus orejas con las joyas más elegantes de las que dispone.
Por último, se pone el vestido, los zapatos y se mira en el espejo de cuerpo entero que tiene enfrente. Ya está lista.

Ahora su atención se centra en el paquete que hay encima de la cama. Sus finos dedos desatan el lazo y lo desenvuelven dejando al descubierto una caja de color rosa. No es muy pesada por lo que el objeto que contiene debe de ser pequeño. Abre la tapa y lo que encuentra la deja realmente sorprendida. Es un pequeño vibrador de color violeta y, a su lado, un espacio vacío donde parece que de vía de ir algún tipo de mando. En su lugar, una hoja de papel cuidadosamente doblada en lo que ponía lo siguiente:

Póntelo. Sin objeciones. Cuando estés lista ven al salón, la cena nos espera.”

Termina de leer la nota entre escalofríos.

¿De verdad quiere que me ponga esto? - piensa sin dejar de mirarlo. - Vamos a ir a cenar al restaurante más lujoso de toda la ciudad.

Acaricia el vibrador y se muerde el labio inferior sin saber muy bien que hacer.



**

Él está sentado leyendo sin mucho entusiasmo el periódico que había sobre la mesa cuando oye unos pasos que se acercan desde la habitación y se detienen en el umbral de la puerta. Levanta la vista y la observa detenidamente. Sus ojos la recorren de arriba a bajo. Sonríe. Se ha puesto el vestido que más le gusta. Largo, de color negro y con un escote de vértigo que él le regaló por su último cumpleaños. Tan ajustado que realza su figura de forma sublime. Su melena rojiza echada sobre uno de sus hombros le da el toco de elegancia que la hace tan irresistible. Además, se ha puesto los tacones más altos que tiene, haciéndola ir erguida y provocando que sus pechos boten ligeramente con cada paso.

- Ya estoy lista.

Él se levanta del sofá y se acerca hasta ella.

- ¿Seguro?

Mete la mano en el bolsillo de sus pantalón y acto seguido ella gime y se le agarra a los hombros para sostenerse.

Si, ya estás lista. Vayámonos o perderemos la reserva.


**

Una vez en el restaurante el maître les indica cuál es su mesa. Él aparta la silla para ayudarla a sentarse.
El local esta lleno. Las mesas están muy próximas las unas de las otras aunque no lo suficiente como para escuchar a los otros comensales.

Mantienen una conversación de lo más normal aunque ella está muy nerviosa. Sabe que en cualquier momento él puede activar el aparato. Está a su merced y eso le aterra a la vez que la excita terriblemente.
Pasados varios minutos el camarero se acerca a al mesa y, sin detenerse, deja dos cartas en la mesa. Ella toma una y esconde su cara tras el papel. Respira hondo y trata de relajarse un poco. El saber que en cualquier momento se puede poner en marcha la está volviendo loca.

- ¿Has decidido ya lo que vas a tomar querida?
- Si, ya lo tengo pensado – contesta mientras deja la carta en la mesa.
- Perfecto. Llamaré al camarero.

Con un gesto de su mano da la orden para que el joven se aproxime.

- ¿Qué desean tomar los señores?
- Para mí un cocarroi crujiente con suquet de sobrasada. ¿Y para ti querida? - le pregunta clavando su mirada en ella.

Cuando ella va a contestar, nota como una intensa vibración se apodera de su interior. Lo a conectado justo ahora. Ella abre la boca pero las palabras se quedan enganchadas en su garganta. Le mira suplicante. Apágalo te lo suplico, tengo que contestar. Sus ojos le ruegan esas palabras pero él le responde con una sonrisa traviesa.

- ¿Señora? ¿necesita algo más de tiempo para pensarlo? - le pregunta amablemente el camarero al ver que no responde.

Una última mirada de súplica. Un leve gesto de negación como única respuesta. Finalmente, respira hondo.

- No, lo que quiero es... - la voz le flaquea, le tiembla. No consigue seguir hablando. Se muerde el labio conteniendo un gemido.
- ¿Se encuentra bien señora? Le tiembla la voz... - pregunta el camarero con voz preocupada.

Él apoya un codo en la mesa y descansa la barbilla en su mano con expresión divertida.

Sí, estoy bien. Quiero un arroz cremoso con gambas de Palamós. – consigue controlar la voz aunque con mucho esfuerzo.
- Y para beber una buena botella de vino. La dejo a su elección.
- Por supuesto señor. Con permiso. - el camarero se aleja de la mesa en dirección a la cocina.

Una vez que han vuelto a quedarse solos el vibrador deja de funcionar. Ella se relaja por fin y suspira pensando que todo ha terminado.

Voy a ir un momento al baño mientras nos traen la cena. - se levanta y se coloca a su lado. - Recuerda que estamos rodeados de gente. Ahora vuelvo, no te vayas de aquí.

Tras susurrarle esas últimas palabras al oído se marcha. Ella lo ve alejarse hasta desaparecer tras la puerta del aseo de caballeros. Ella juguetea con la servilleta retorciéndola entre sus finos dedos incapaz de apartar la mirada de la puerta esperando su vuelta. Pero él no vuelve. En lugar de eso, el vibrador vuelve a ponerse en marcha. ¿Cómo puede ser? Piensa ella mortificada. Creía que sería una distancia demasiado larga para el alcance del control remoto pero, al parecer, se equivocaba.

En un principio su cuerpo se sacudió y dio un respingo. Algunas personas que comía en las mesas contiguas la miraron con extrañeza durante unos segundos. ¡No puedes llamar la atención! Se recrimina a si misma. Que nerviosa estaba. Las manos le sudaban y el corazón parecía que iba a salírsele del pecho. Tenía que mantener las apariencias. Aunque, a pesar de todo, se sentía tremendamente excitada. Se había dado cuenta de que si juntaba completamente las piernas las vibración se hacía mas intensa. Percibía como sus pezones empezaban a crecer y a marcarse a través del vestido debido a la fina tela de la que estaba hecho el sujetador que llevaba puesto. Sentía un gran deseo de levantarse y salir corriendo hacia el baño donde él se encontraba, atravesar la puerta y hacerlo allí mismo, deshacerse de esa quemazón que la dominaba por dentro. Pero él se lo había prohibido. Y, aunque la tentación de desobedecerle y soportar su castigo era muy tentadora prefirió acatar sus órdenes. Su ropa interior comenzaba a humedecerse. Si esto seguía así por más tiempo acabaría mojando la silla.

Su mente vagaba perdida en el deseo de que le acariciara. De sentir sus fuertes manos sobre su suave piel. De su boca rodeando sus pezones y de que le tirara del pelo mientras la penetraba salvajemente.
De repente comenzó a oír varios murmullos reprobatorios a su alrededor. Arrancada de sus ensoñaciones, abrió los ojos para descubrir que varias de las personas que ocupaban las mesas contiguas la estaban mirando fijamente. Había dejado vagar tanto su mente que había perdido el control de su cuerpo. Instintivamente, se había agarrado fuertemente al borde de la mesa y frotaba sus piernas la una contra la otra aumentando así el placer que el vibrador le proporcionaba. Sus mejillas lucían un radiante color rosado y se mordía el labio inferior. Además había dejado escapar algún gemido aunque en voz prácticamente inaudible.

Avergonzada, bajó la mirada hacia sus manos y las cerró en un puño intentando contenerse. Estaba demasiado excitada. Cada vez le costaba más esfuerzo mantener la calma. Quería salir corriendo de allí, meterse en el aseo de señoras y poner fin a aquella tortura dando vía libre a su orgasmo. Pero sabía que no podía. Debía quedarse allí y soportarlo.

Mientras tanto él estaba contemplándola apoyado en el marco de la puerta del baño. Había sido testigo de cómo la excitación de la joven crecía hasta hacerse casi imposible de soportar. De cómo ahora intentaba ocultarla a pesar de que sus mejillas encendidas por el calor y la respiración acelerada la delataran. Verla así, saberse dueño de su excitación, poder controlarla de esa manera tan íntima le estaba volviendo loco.
No era capaz de apartar sus ojos de ella. Sus labios pintados de rojo, sus pechos queriendo salirse del vestido por el prominente escote, sus pezones duros marcados a través de la tela, su sexo húmedo y caliente esperando sus caricias...

Pasa una de sus manos por el cabello y, apagando el vibrador, vuelve a la mesa. Apenas había estado fuera unos minutos pero a ella le parecieron horas.
Ella iba a pedirle que se fueran, que volvieran a casa, que no le importaba irse sin cenar. Pero, justo cuando iba a pronunciar las primeras palabras, el camarero les trajo la botella de vino y les informó de que la cena iba a estar lista en unos pocos minutos. Tras servirles el vino volvió a marcharse. Él cogió la copa y la levantó.

Esta cena se merece un brindis.

Cuando ella se disponía tomar la copa entre sus dedos para corresponder el brindis él accionó de nuevo al vibrador y ella estuvo a punto de derramar el vino en el elegante mantel ante la oleada de placer que le sobrevino. El vino temblaba dentro del la copa evidenciando los escalofríos que recorrían su cuerpo. El cristal tintineó al chocar y el vibrador dejó de funcionar.

Llegó la cena y ambos se pusieron a dar buena cuenta de ella. Estaba deliciosa aunque ninguno de ellos le estaba prestando demasiada atención.

No dejaban de mirarse a los ojos mientras comían. Podían ver la mezcla de sentimientos que les cruzaban por la cabeza.

Su mente rogaba que todo hubiera terminado ya pero su cuerpo... su cuerpo deseaba más.

Él metió la mano en el bolsillo y accionó nuevamente el mando. Ella tembló y agarró la mesa cuando notó las primeras vibraciones. Le miró suplicante pero él, sonriendo, le dio mayor velocidad.

Él deseaba poder acariciarla, sentir esa humedad que ahora mojaba la silla rodeando su miembro. Se sentía controlador, dueño de ella, poderoso. Y le encantaba.

Cuando terminaron de cenar le dio una tregua y lo apagó. Tomaron el postre y pagaron la cuenta. Salieron a la calle y ella agradeció el frío de la noche acariciando sus mejillas. Todavía le temblaban las piernas. Volvió su rostro hacia él y le besó. Necesitaba tocarle, besarle intensamente, hacerle suyo en esa misma calle, en cualquier portal oscuro con el que se toparan de camino a casa. Ella le expresó esos deseos pero él se negó. La sujetó por la cintura impidiendo así cualquier acción por su parte.

Vayámonos a casa querida. Es hora de realizar tus deseos.





No hay comentarios:

Publicar un comentario