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lunes, 28 de diciembre de 2015

A la luz de las velas

Como cada tarde desde que tengo uso de razón Ángel viene a mi casa después del instituto. Hacemos los deberes, merendamos y vemos la tele o cualquier chorrada en el ordenador. Hoy al llegar a casa nos hemos cruzado con mi madre.

Cariño me voy a ver a tu tía. No creo que vuelva hasta la hora de la cena. Portaos bien.

Tras despedirnos de ella nos ponemos ene salón ha hacer las tareas. Charlamos animadamente entre ejercicio y ejercicio.

A lo lejos se oyen truenos. Parece que se acerca una tormenta.

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Han pasado varias horas y estamos viendo la televisión. La tormenta ya está aquí pues, a través de las ventanas, podemos ver los relámpagos. Odio las tormentas.
Acerco más mi cuerpo al suyo buscando inconscientemente su protección. Puedo oír los truenos cada vez más cerca. El cielo está tan encapotado que no deja pasar ni un sólo rayo de sol. De repente, la luz se va, dejándonos prácticamente a oscuras. De mi garganta escapa un grito y me levanto del sofá muy sobresaltada. Él se ríe a carcajadas ante mi reacción aunque yo no le veo la gracia.

¿Dónde tienes las velas? - pregunta cuando consigue dejar de reír. - Las necesitaremos si queremos ver por donde pisamos.

Afortunadamente recuerdo que mi madre siempre las guarda en el armario que hay debajo de la televisión. A tientas, me acerco hasta allí y compruebo que la caja está vacía.

- Genial, no queda ninguna. Vamos a tener que salir al cobertizo y está lloviendo muchísimo. - agarro a Ángel por la muñeca y me dirijo hacia la puerta que da al jardín.

- ¿Y por qué tengo que ir yo también?

- Porque me dan miedo las tormentas y no pienso salir allá afuera sola.

Hace una mueca de disgusto aunque termina aceptando. Cruzamos corriendo el jardín hasta llegar al cobertizo. Afortunadamente no nos cuesta demasiado dar con lo que estamos buscando. Con la caja nueva de velas en la mano volvemos a entrar en casa.

- Ven, vamos a mi cuarto. Allí tengo una caja de cerillas con las que encender ésto.

Subimos las escaleras y entramos en mi habitación. Abro el cajón de mi mesilla y saco las cerillas. Reparto las velas por toda la estancia y las voy encendiendo una a una con sumo cuidado.

Bueno, no dan mucha luz pero al menos así podemos vernos las caras.

Después de decir esto, caigo en la cuenta de que la lluvia que hemos soportado al salir a buscar las velas me ha calado. Él se da cuenta de mis pensamientos al instante.

- Vaya estoy empapado. ¿Te importa si me quito la camiseta? No quiero pillar un resfriado.

- Claro, adelante. Es tan buena idea que yo voy a hacer lo mismo.

Ambos nos quitamos la prenda mojada y la tiramos al suelo. Paso mis dedos por mi pelo empapado y varias gotitas caen sobre mi pecho. Las quito con mis dedos y al levantar los ojos veo que me está observando fijamente.

Su expresión me descoloca. No es la primera vez que me ve sin camiseta por lo que no entiendo por qué me mira así. Sigo con la vista la trayectoria de su mirada. Sus ojos están fijos en mi sujetador. No recordaba que llevaba el sujetador transparente. Además la lluvia helada ha hecho que mis pezones se endurezcan y se marquen a través de la fina tela de gasa. Intento rápidamente recoger la camiseta del suelo y taparme con ella pero cuando estoy a punto de alcanzarla él me sujeta por la muñeca y me obliga a incorporarme.
Sin dejar de agarrarme me atrae hacia su cuerpo. Mis pechos rozan su torso desnudo. Puedo notar su piel helada contra mis pezones. Mi corazón se acelera cuando sus labios se aproximan a los míos para besarme. Qué sensación tan extraña el besarme con mi mejor amigo y a la vez qué placentera es la forma en la que su lengua entra en mi boca. Mi corazón se acelera al sentir sus labios contra los míos y sus manos acariciando mis pechos.

Con dedos hábiles desabrocha mi sujetador. Su boca rueda por mi cuello para detenerse finalmente en mis pezones. Los lame y muerde haciéndome gemir con voz débil, avergonzada. Besa mi abdomen a la vez que me desabrocha los pantalones. Tira de ellos hacia abajo hasta quitármelos completamente. Acerca su boca a mi sexo y besa mi clítoris humedeciendo mi ropa interior. Se incorpora y, mientras me besa, se quita los pantalones. Apoya sus manos en mis hombros y me obliga a ponerme de rodillas. Libera su miembro de su ropa interior para que pueda jugar con el. Le agarro con las dos manos y le masturbo hasta que su miembro se pone totalmente duro. Saco mi lengua y rozo su glande. Después recorro su miembro hasta l base sin dejarme un sólo centímetro. Quiero que esté bien mojada. La coloco entre mis pechos y me muevo cada vez más deprisa. Él pellizca mis pezones y gime cuando nota mi lengua lamer su glande. Me agarra la cabeza con las dos manos y me obliga a tragármela entera. De un solo empujón la lleva hasta el fondo de mi garganta. Me dan arcadas cuando me obliga a tragarla tan bruscamente pero parece que eso le encanta pues gime cada vez que lo hago. Sin avisar su semen llena mi boca escapando por la comisura de mis labios y cayendo sobre mis pechos.

Descansa unos segundos, regodeándose en el placer que acaba de experimentar. Me agarra por las muñecas y me levanta del suelo. Me tumba en la cama boca acabo y se pone encima de mi. Besa mi cuello y muerde mis hombros. Su miembro, duro como al principio. Roza contra mi cuelo. Su boca se desliza por mi espalda, sus labios recorren mi columna vertebral. Muerde juguetonamente mi trasero y lo acaricia. Después, su lengua explora mi sexo con avidez, produciéndome un placer que pensaba que nunca llegaría a sentir. Moja uno de sus dedos en mi sexo y lo introduce en mi ano. Grito y pataleo intentando hacerle para pero al final me produce una sensación tan placentera que hace que desista de mi empeño. No puedo parar de gemir. La humedad de mi sexo empapa sus mejillas y su dedo penetrando en mi culo me hace querer morder la almohada. Me proporciona tal placer que hace que llegue al orgasmo entre temblores y jadeos mojando la cama y llenando su boca.

Envueltos en tal atmósfera de excitación hemos perdido la noción del tiempo. El ruido de las llaves girando en la cerradura de la puerta principal nos devuelve al presente como una bofetada de realidad. Mi madre ha vuelto.


Nos vestimos apresuradamente y salimos de la habitación como si nada hubiera pasado. La tormenta a cesado, la luz ha vuelto y es la hora de que Ángel vuelva a su casa.



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