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lunes, 18 de abril de 2016

¿Dónde debería estar?

Desde que tengo memoria he vivido en esta mansión. He memorizado cada una de las habitaciones después de tantas horas de niñez jugando en ellas. Ahora tengo 20 años y, a pesar de todas las horas felices que he pasado en esta casa, ahora parece una prisión. Apenas puedo salir pues mi padre insiste en que me centre en mis estudios y obligaciones para llegar a ser una buena esposas cuando llegue el momento.

Los criados con los cuales pasaba el tiempo cuando era pequeña apenas me hacen caso por orden expresa de mi padre pues considera que pueden llegar a ser una distracción.
Hoy aprovecho que se ha ido de viaje de negocios para tomarme algo de tiempo libre. No se me permite abandonar la mansión pero al menos puedo salir al jardín y disfrutar de un poco de aire fresco. Los brillantes rayos del sol calientan mis mejillas y el delicado canto de los pájaros alegra mis oídos. Un delicioso aroma a rosas flota en el aire. Cierro los ojos para disfrutar de la cantidad de sensaciones que me rodean.

- ¿Qué hacéis aquí fuera señorita?

La voz me sobresalta y me saca de mi ensoñación obligándome a volver al mundo real. Me giro aún con el corazón palpitando aceleradamente. El dueño de tan profunda voz es el jardinero. Apenas lleva un mes trabajando en la mansión así que es el único criado del que no sé prácticamente nada.

- Perdone, no quería asustarla pero tengo entendido que ahora debería de estar en el gran salón tomando sus lecciones de piano.

- Se muy bien dónde debería estar según mi padre.

- ¿Y según usted?

Le miro a los ojos. No estoy acostumbrada a que nadie me conteste de manera tan altanera. Parece que le divierte ver la cara de desagrado que he puesto al recordarme mis tediosas obligaciones.
Fijándome bien en él me doy cuenta de que no me había percatado hasta hora de lo apuesto que es. Ojos grandes color café, labios carnosos y sensuales, facciones duras con una mandíbula bien marcada y una media melena negra como el azabache recogida en la nuca a excepción de un mechó que cae por su cara.

Él carraspea y me doy cuenta de que llevo mucho tiempo observándole sin contestar a su pregunta.

- ¿Y tu? ¿No tienes nada que hacer? - le respondo finalmente con rudeza.

- Si, venía a podar los rosales que hay a vuestro lado. - usando las tijeras que lleva en el cinturón corta una rosa roja del rosal que tiene justo al lado. Le quita las espinas y me la tiende. - Tenga, quizá su aroma haga más llevaderas sus obligaciones.

La tomo entre mis dedos y la huelo. Su aroma es embriagador y sus suaves pétalos rozan mis labios. Levanto la vista y él me mira con tal intensidad que un escalofrío recorre mi cuerpo. Sin decir nada más me alejo de allí hasta llegar al interior de la mansión donde echo a correr hasta el gran salón. Para mi alegría, el instructor de piano no ha podido venir según reza una carta que me ha hecho llegar a través de uno de los criados de mi padre así que me acerco a la ventana y contemplo al jardinero trabajar. Su habilidad y delicadeza con las manos me sorprende pues parece más rudo que gentil. A recogido una cesta de rosas y cuando se disponía a marcharse su camisa se ha enganchado en un rosal y a tenido que quitársela pues al tirar de ella para sacarla se le ha desgarrado.

Al ver su cuerpo desnudo mi cuerpo reacciona. Siento un fuerte escalofrío y puedo notar cómo mi sexo se ha humedecido notablemente. Mis mejillas se han encendido y mi corazón se acelera. Él se gira y me ve observándole. Nuestras miradas se cruzan un momento antes de que él se encamine hacia la casa. Salgo corriendo del salón hasta llegar a su encuentro.

- Sígueme.

Sin darle opción a contestarme le doy la espalda y comienzo a andar por los pasillos guiándole hasta una de las salas que hace tiempo que no se usan. Sólo hay un par de sillas y una gran mesa cubiertas por sábanas blancas para evitar que se vean afectadas por el polvo. Pequeños haces de luz se cuelan a través de las ventanas revelando las partículas de polvo que flotan en el ambiente.
Cierro la puerta tras de mí y cruzo la habitación hasta llegar a la mesa. Me subo encima, echo mi cuerpo levemente hacia atrás, separo mis piernas y subo mi falda dejando al descubierto mi sexo.

- Ven. - le ordeno.

Él se acerca a mi y se arrodilla entre mis piernas. Admira mi sexo en silencio que sólo es roto por el ruido que hacen nuestras respiraciones. Lo acaricia con la yema de los dedos produciéndome un escalofrío.

- Lámelo.

Acerca los labios a mi sexo y a pocos milímetros de rozarme con ellos saca su lengua y me recorre con ella. Está húmeda y caliente al igual que mi interior. Se adentra en mi con ella produciéndome tal placer que involuntariamente agarro su cabeza con mis dos manos soltándole accidentalmente la cinta que le mantenía el pelo sujeto a la altura de la nuca.

Me tumbo sobre la mesa arqueando la espalda cada vez que su lengua me da más placer del que creo que puedo soportar. Puedo notar sus mejillas ardiendo contra la parte interior de mis muslos y sus manos agarrando firmemente mis piernas. Llego al orgasmo gritando hasta quedarme sin aire.
Me incorporo y le obligo a levantar la cabeza. Puedo ver sus labios entreabiertos, sus mejillas coloradas, los restos de mi orgasmo cubriendo su barbilla. Sus ojos, tan penetrantes y atractivos me piden más. Bajo de la mesa y le beso. Al juntar nuestras bocas pruebo mi sabor de sus labios. Él me agarra por la cintura con una de sus manos mientras que con la otra destapa una de las sillas. Tira la sábana cubierta de polvo a un lado y se sienta en ella. No deja de agarrarme al hacerlo así que me veo obligada a abrir mis piernas y sentarme a horcajadas encima de él. Me besa y acaricia mis pechos mientras yo forcejeo para sacar su miembro de los pantalones. Al fin consigo hacerlo y su tamaño me deja impresionada. Él puede leer las dudas que me saltan a través de mis ojos. Coloca una mano en mi trasero para que me levante.

Mi sexo está justo encima del suyo casi rozándose. Me hace descender las caderas poco a poco. Noto su gran miembro penetrándome lentamente. Al principio es doloroso pero poco a poco mi cuerpo se acostumbra a su tamaño y la incomodidad se vuelve placer. Muevo mis caderas a buen rito agarrando su cuello y su cabeza. Él estira mis pezones y gime con fuerza cada vez que su sexo llena por completo el mio. Enreda una de sus manos en mi pelo y tira de el con fuerza al llegar al orgasmo haciéndome gritar.


Cansada y con las piernas temblorosas me aparto de él, recojo mi ropa y me marcho dejándole allí sentado. Vigilo que nadie me vea y corro a mi habitación. Oigo como uno de los sirvientes le busca. Sonrío. Sólo yo se dónde está y que ha estado haciendo.




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