Desde que tengo memoria he vivido en esta mansión. He memorizado
cada una de las habitaciones después de tantas horas de niñez
jugando en ellas. Ahora tengo 20 años y, a pesar de todas las horas
felices que he pasado en esta casa, ahora parece una prisión. Apenas
puedo salir pues mi padre insiste en que me centre en mis estudios y
obligaciones para llegar a ser una buena esposas cuando llegue el
momento.
Los criados con los cuales pasaba el tiempo cuando era pequeña
apenas me hacen caso por orden expresa de mi padre pues considera que
pueden llegar a ser una distracción.
Hoy aprovecho que se ha ido de viaje de negocios para tomarme algo
de tiempo libre. No se me permite abandonar la mansión pero al menos
puedo salir al jardín y disfrutar de un poco de aire fresco. Los
brillantes rayos del sol calientan mis mejillas y el delicado canto
de los pájaros alegra mis oídos. Un delicioso aroma a rosas flota
en el aire. Cierro los ojos para disfrutar de la cantidad de
sensaciones que me rodean.
- ¿Qué hacéis aquí fuera señorita?
La voz me sobresalta y me saca de mi ensoñación obligándome a
volver al mundo real. Me giro aún con el corazón palpitando
aceleradamente. El dueño de tan profunda voz es el jardinero. Apenas
lleva un mes trabajando en la mansión así que es el único criado
del que no sé prácticamente nada.
- Perdone, no quería asustarla pero tengo entendido que ahora
debería de estar en el gran salón tomando sus lecciones de piano.
- Se muy bien dónde debería estar según mi padre.
- ¿Y según usted?
Le miro a los ojos. No estoy acostumbrada a que nadie me conteste
de manera tan altanera. Parece que le divierte ver la cara de
desagrado que he puesto al recordarme mis tediosas obligaciones.
Fijándome bien en él me doy cuenta de que no me había percatado
hasta hora de lo apuesto que es. Ojos grandes color café, labios
carnosos y sensuales, facciones duras con una mandíbula bien marcada
y una media melena negra como el azabache recogida en la nuca a
excepción de un mechó que cae por su cara.
Él carraspea y me doy cuenta de que llevo mucho tiempo
observándole sin contestar a su pregunta.
- ¿Y tu? ¿No tienes nada que hacer? - le respondo finalmente
con rudeza.
- Si, venía a podar los rosales que hay a vuestro lado. -
usando las tijeras que lleva en el cinturón corta una rosa roja del
rosal que tiene justo al lado. Le quita las espinas y me la tiende.
- Tenga, quizá su aroma haga más llevaderas sus obligaciones.
La tomo entre mis dedos y la huelo. Su aroma es embriagador y sus
suaves pétalos rozan mis labios. Levanto la vista y él me mira con
tal intensidad que un escalofrío recorre mi cuerpo. Sin decir nada
más me alejo de allí hasta llegar al interior de la mansión donde
echo a correr hasta el gran salón. Para mi alegría, el instructor
de piano no ha podido venir según reza una carta que me ha hecho
llegar a través de uno de los criados de mi padre así que me acerco
a la ventana y contemplo al jardinero trabajar. Su habilidad y
delicadeza con las manos me sorprende pues parece más rudo que
gentil. A recogido una cesta de rosas y cuando se disponía a
marcharse su camisa se ha enganchado en un rosal y a tenido que
quitársela pues al tirar de ella para sacarla se le ha desgarrado.
Al ver su cuerpo desnudo mi cuerpo reacciona. Siento un fuerte
escalofrío y puedo notar cómo mi sexo se ha humedecido
notablemente. Mis mejillas se han encendido y mi corazón se acelera.
Él se gira y me ve observándole. Nuestras miradas se cruzan un
momento antes de que él se encamine hacia la casa. Salgo corriendo
del salón hasta llegar a su encuentro.
- Sígueme.
Sin darle opción a contestarme le doy la espalda y comienzo a
andar por los pasillos guiándole hasta una de las salas que hace
tiempo que no se usan. Sólo hay un par de sillas y una gran mesa
cubiertas por sábanas blancas para evitar que se vean afectadas por
el polvo. Pequeños haces de luz se cuelan a través de las ventanas
revelando las partículas de polvo que flotan en el ambiente.
Cierro la puerta tras de mí y cruzo la habitación hasta llegar a
la mesa. Me subo encima, echo mi cuerpo levemente hacia atrás,
separo mis piernas y subo mi falda dejando al descubierto mi sexo.
- Ven. - le ordeno.
Él se acerca a mi y se arrodilla entre mis piernas. Admira mi
sexo en silencio que sólo es roto por el ruido que hacen nuestras
respiraciones. Lo acaricia con la yema de los dedos produciéndome un
escalofrío.
- Lámelo.
Acerca los labios a mi sexo y a pocos milímetros de rozarme con
ellos saca su lengua y me recorre con ella. Está húmeda y caliente
al igual que mi interior. Se adentra en mi con ella produciéndome
tal placer que involuntariamente agarro su cabeza con mis dos manos
soltándole accidentalmente la cinta que le mantenía el pelo sujeto
a la altura de la nuca.
Me tumbo sobre la mesa arqueando la espalda cada vez que su lengua
me da más placer del que creo que puedo soportar. Puedo notar sus
mejillas ardiendo contra la parte interior de mis muslos y sus manos
agarrando firmemente mis piernas. Llego al orgasmo gritando hasta
quedarme sin aire.
Me incorporo y le obligo a levantar la cabeza. Puedo ver sus
labios entreabiertos, sus mejillas coloradas, los restos de mi
orgasmo cubriendo su barbilla. Sus ojos, tan penetrantes y atractivos
me piden más. Bajo de la mesa y le beso. Al juntar nuestras bocas
pruebo mi sabor de sus labios. Él me agarra por la cintura con una
de sus manos mientras que con la otra destapa una de las sillas. Tira
la sábana cubierta de polvo a un lado y se sienta en ella. No deja
de agarrarme al hacerlo así que me veo obligada a abrir mis piernas
y sentarme a horcajadas encima de él. Me besa y acaricia mis pechos
mientras yo forcejeo para sacar su miembro de los pantalones. Al fin
consigo hacerlo y su tamaño me deja impresionada. Él puede leer las
dudas que me saltan a través de mis ojos. Coloca una mano en mi
trasero para que me levante.
Mi sexo está justo encima del suyo casi rozándose. Me hace
descender las caderas poco a poco. Noto su gran miembro penetrándome
lentamente. Al principio es doloroso pero poco a poco mi cuerpo se
acostumbra a su tamaño y la incomodidad se vuelve placer. Muevo mis
caderas a buen rito agarrando su cuello y su cabeza. Él estira mis
pezones y gime con fuerza cada vez que su sexo llena por completo el
mio. Enreda una de sus manos en mi pelo y tira de el con fuerza al
llegar al orgasmo haciéndome gritar.
Cansada y con las piernas temblorosas me aparto de él, recojo mi
ropa y me marcho dejándole allí sentado. Vigilo que nadie me vea y
corro a mi habitación. Oigo como uno de los sirvientes le busca.
Sonrío. Sólo yo se dónde está y que ha estado haciendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario